ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. ​ Santa María, Madre de Dios


¡Hoy (el día 1 de Enero) todo se centra en el Año Nuevo! Pero hay además, otras cosas que llaman nuestra atención. Veamos:

El Nacimiento del Señor es una fiesta muy grande y “no cabe” en un solo día. Por eso, lo hemos venido celebrando toda la semana, hasta llegar a este día. Hoy es la Octava de la Navidad; con la de Pascua, son las únicas octavas de la Liturgia renovada por el Vaticano II. “Y a los ocho días, tocaba circuncidar al Niño”, dice el Evangelio de hoy. Y le pusieron por nombre Jesús”, que quiere decir: “Yahvé salva” o “Salvador”. Así lo había anunciado el ángel a María y a José.

Aunque la Santísima Virgen está presente en toda la Navidad, los cristianos, desde los primeros siglos, han dedicado el día octavo a honrarla con el título de Madre de Dios. Es su fiesta más importante. No significa, por supuesto, que la Virgen María sea una “diosa”, que sea tan grande como Dios, que exista antes que Él, etc.  Se trata de que el Niño que se forma en su seno y da a luz, es el Hijo de Dios hecho hombre. Este es el título más grande e importante que podemos dar a María; y, en torno a su Maternidad divina, se sitúan y se entienden todos los privilegios y gracias singulares que Dios la otorga, y que están expresados en estas cuatro verdades de fe acerca de la Virgen Maríala Maternidad Divina, la Concepción Inmaculada, la Virginidad perfecta y perpetua y la Asunción en cuerpo y alma al Cielo.  

En la segunda lectura de hoy, S. Pablo nos ayuda a situar a María en el  proyecto y en la realización de la obra de la salvación de Dios Padre, sobre toda la humanidad. Por eso, dice que envió a su Hijo, nacido de una mujer, “para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”.  Ella es, por tanto, como “un puente” por donde llegó a nosotros  el Salvador; y su cooperación singular a la obra de la salvaciónhace que sea también Madre de la Iglesia, Madre espiritual de todos y cada uno de los cristianos. De este modo, ella ocupa, al mismo tiempo, el lugar más alto y más próximo a nosotros: el más alto, como Madre de Dios; el más próximo, como Madre nuestra. Y eso hace que los cristianos nos acojamos siempre a su intercesión y que tratemos de amarla, imitarla, conocerla más y más…

Hoy comienza un Nuevo Año. ¡Cuántos interrogantes! Año de una crisis que continúa, a pesar de los avances, y, por tanto, año de especial esfuerzo y trabajo; año también de ilusiones y de esperanzas. Y lo comenzamos poniendo nuestra confianza en la intercesión y en la protección de la Madre de Dios.Implorando de ella, sobre todo, el don de la paz. En efecto, el primero de enero, desde hace mucho tiempo, es en la Iglesia, la Jornada Mundial de la Paz. Se ha dicho que la paz del corazón es el fundamento de toda paz verdadera, y que es el don más grande que podemos recibir de Dios en esta vida.

Que la Virgen, Madre de Dios, interceda con bondad por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

  ¡FELIZ AÑO NUEVO!

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR La Natividad del Señor

¡Por el camino del Adviento hemos llegado a la Navidad! 
Nos disponemos, pues, a celebrar el Nacimiento de Jesús y sus primeras manifestaciones hasta llegar a su Bautismo, cuando va a iniciar su Vida Pública. ¡Es el Tiempo de Navidad! Recordamos y celebramos, por tanto, casi toda la vida del Señor. 

Y no celebramos estos acontecimientos como si se tratara sólo del recuerdo de algo que sucedió hace mucho tiempo; porque el Misterio de la Liturgia de la Iglesia –del Año Litúrgico- hace posible que estos acontecimientos se hagan, de algún modo, presentes, de manera que podamos ponernos en contacto con ellos y llenarnos de la gracia de la salvación (Const. Lit, 102). Es lo que se llama el “hoy” de la Liturgia.

Y esto es muy importante ¡Cambia por completo el sentido de la celebración!

El Papa S. León Magno (S. V), en una homilía de Navidad, decía: “Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador. Alegrémonos…” (Hom. Nav. I).

Y en la Misa de Medianoche, por poner otro ejemplo, repetimos, en el salmo responsorial: “Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”.

Y lo tomamos tan en serio, que nos felicitarnos unos a otros por la “suerte” que hemos tenido, al haber encontrado a Jesucristo en nuestro camino, al haber sido acogidos por la Iglesia, que es Madre y Maestra, y al poder celebrar la llegada de la salvación.

¡Cuántas gracias debemos dar a Dios Padre, que nos concede, un año más, celebrar estas fiestas tan grandes y tan hermosas!

Éstas son fiestas de mucha alegría, como comentaba el Domingo 3º de Adviento. Alegría que, decía, radica en el corazón, y que es desbordante en manifestaciones externas, ya tradicionales. Alegría que debe ser mucho mayor que si nos hubiera tocado la lotería.

Es tan importante y real todo esto, que la Navidad nos exige un cambio de vida, y debe marcar un antes y un después en la vida de cada cristiano. Es lo que nos dice San Pablo en la segunda lectura de la Misa de Medianoche: “Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos y a llevar ya, desde ahora, una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo”.

Y nadie puede decir, por ningún motivo: “Se me estropeó la Navidad.” O también: “¿En estas circunstancias, cómo puedo celebrar la Navidad?” “¿Cómo vamos a felicitar la Navidad a un enfermo?”, me decía alguien, en una ocasión.

La Navidad nos encuentra cada año en una situación distinta. Y desde ahí, desde ese “lugar concreto”, tenemos que salir al encuentro del Señor que llega, que quiere llegar a cada uno de nosotros, sin ninguna excepción. Y esto se realiza, especialmente, en la Eucaristía de la Navidad, en la que el Señor viene a cada uno, en la Comunión. Es lo más parecido al Portal de Belén y al mismo Cielo. 

Ya San León Magno, en la homilía que antes comentaba, decía: “Nadie tiene que sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo”.

En resumen, como los pastores, “vayamos a Belén a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor…”, para que podamos volver al encuentro con los hermanos, también como los pastores, “dando gloria y alabanza a Dios” por todo lo que hemos visto y oído. (Cfr. Lc 2, 15-20). 

¡FELIZ NAVIDAD!

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR Domingo 4º de Adviento B



El cuarto domingo de Adviento nos sitúa ante las puertas de la Navidad, y trata, cada año, de centrar los ojos y el corazón de toda la Iglesia en la Virgen María, la Madre del Señor. De ella aprendemos los cristianos la mejor forma de celebrar la Navidad. Nadie como ella, en efecto, ha sido capaz de acoger y vivir los Misterios que celebramos. Cómo desearíamos volver a ser niños y dejarnos coger de la mano de la Virgen María, Madre de la Iglesia, para que nos vaya acompañando a la hora de acercarnos a los distintos “pasos” de la Navidad; para aprender de ella a buscar en nuestro corazón y en nuestra vida el mejor lugar para Jesucristo que viene; y luego, a llevar por todas partes la Buena Noticia de la Navidad.

El Evangelio de este domingo nos coloca ante el Misterio inefable de la Encarnación. ¡Qué delicadas y escogidas son las palabras…, y los gestos! ¡Qué hermoso y esmerado resulta el conjunto! Y el texto de S. Lucas termina con esta sencilla expresión: “Y la dejó el ángel”. Pero entonces es cuando “el Verbo de Dios se hizo y carne habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Es “el misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en la Sagrada Escritura”, como dice S. Pablo en la segunda lectura.

Jesucristo es el descendiente de David por antonomasia, que construirá el templo del Dios vivo, del que nos habla la primera lectura. Él será el templo verdadero y definitivo de Dios; constructor y templo al mismo tiempo. Así llegará a su cumplimiento pleno la promesa del Señor a David.

Los Santos Padres nos enseñan, además, que la Virgen María acogió a Jesucristo antes en su corazón -en su mente- que en su cuerpo. Es como una “doble Encarnación”. Espiritual una, corporal, la otra. La Encarnación corporal es un acontecimiento del todo original e irrepetible; la espiritual, en cambio, está al alcance de todos, y se puede alcanzar en mayor o menor grado. Y de eso se trata en la Navidad: de que el Señor venga más y mejor a nuestro corazón, para quedarse en nuestra vida. Es lo que decíamos el otro día recordando este villancico: “El Niño Dios ha nacido en Belén. Aleluya. Aleluya. Quiere nacer en nosotros también. Aleluya. Aleluya”.

Y esto se consigue, especialmente, a través de dos sacramentos: los de la Penitencia y de la Eucaristía. El sacramento de la Penitencia, o mejor, de la Reconciliación, debe ser el punto culminante de nuestra preparación de Adviento y hace posible que Jesucristo venga a nosotros; la Eucaristía es la Venida misma del Hijo de Dios a nuestro corazón, como vino a Nazaret o a Belén.

Pero la celebración de la Navidad no termina en sí misma, sino que encierra la doble dimensión de la misión de la Iglesia, que es también Madre y Virgen: concebir al Hijo de Dios y darlo a luz al mundo. Y estas fiestas, con su ternura y su encanto, con su alegría y su asombroso e inefable mensaje, constituyen una ocasión privilegiada para llevar el anuncio de la Venida del Señor a los hermanos, al mundo entero.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡FELIZ NAVIDAD!

ECOS DEL DIA DEL SEÑOR Domingo 2º de Adviento B


Hay un villancico que dice: “¡El Niño Dios ha nacido en Belén! Aleluya. Aleluya. ¡Quiere nacer en nosotros también! Aleluya. Aleluya”.
 
Este es el objetivo de este Tiempo de Adviento y de la misma Navidad. El Vaticano II nos enseña que el Año Litúrgico realiza esa obra maravillosa: los que no vivíamos cuando sucedían los distintos acontecimientos, que ahora celebramos, podemos ponernos, de algún modo, en contacto con ellos, y llenarnos de la gracia de la salvación (S. C. 102). Es lo que se llama “el hoy de la Liturgia”.

Esta doctrina es muy importante. ¡Es un auténtico descubrimiento! A veces pensamos: “Si yo hubiera estado aquella noche en Belén…” “Y si hubiese sido uno de aquellos pastorcitos…” ¡Pues eso, de algún modo, es posible! ¡Lo podemos conseguir ahora, dentro de unas semanas! Y, porque tiene sus dificultades, nos dedicamos unas cuatro semanas -el Adviento- a intentarlo, mientras decimos: “El Señor va a venir; “el Señor va a nacer”; “¡Ven Señor, no tardes…!”

Ya sabemos que, durante las primeras semanas de Adviento, nos preparamos para la Navidad, recordando y celebrando la esperanza de la Vuelta Gloriosa del Señor, de la que nos habla hoy San Pedro en la segunda lectura.

Y en este tiempo surgen, en medio de nuestras celebraciones, unos personajes que nos ayudan en la tarea: uno de ellos es el profeta Isaías, “el profeta de la esperanza”. Él anuncia la gran noticia de que el pueblo de Israel, desterrado en Babilonia, va a ser liberado, y hace falta preparar los caminos que, podrían estar intransitables, para que el pueblo de Dios pueda llegar a su patria. (1ª Lect.)

Este domingo centramos nuestra mirada en otro personaje del Adviento. Se trata de Juan el Bautista, que viene a preparar los caminos, como anunciaba el profeta. Y, entonces como ahora, no se trata de preparar unos caminos materiales, sino los caminos, tantas veces difíciles, de nuestro interior, de nuestro corazón. De este modo podremos alcanzar nuestro objetivo: el encuentro con el Señor, su nacimiento espiritual en nosotros, la renovación de nuestra vida, el don de “la alegría espiritual…”, en medio de una sociedad triste, desencantada, en crisis…

S. Marcos subraya que el Bautista predicaba también con su ejemplo de vida, íntegra y austera, en el cumplimiento estricto de su misión. ¡Qué importante es siempre el testimonio de vida!

¡Y cómo reacciona aquella gente a la voz del Bautista! Nos dice el Evangelio que “acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán”. Constatamos que eso de confesar los pecados es algo muy antiguo. Para los cristianos es uno de los momentos –no el único- del Sacramento de la Reconciliación. Este tiempo intenso de preparación debería tener su punto culminante en la celebración de este Sacramento unos días antes de la Navidad, para hacer posible y real la llegada del Señor a nosotros, su nacimiento en nosotros.

¡Qué importante es, mis queridos amigos, descubrir o redescubrir este sentido, un tanto desconocido u olvidado, de la Navidad! La oración colecta de la Misa de hoy nos orienta en esa dirección. Dice: “Señor todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta Él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su vida”. ¡Eso es la Navidad!

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

VIDA ASCENDENTE EN EL ARCIPRESTAZGO DE TACORONTE

El consiliario y la presidenta de Vida Ascendente, visitaron hoy al arciprestazgo de Tacoronte. Una visita a los párrocos para presentares y ofertarles que implanten el mismo en sus parroquias. 

Nos recibieron con interés ya que conocían el movimiento. Quedamos agradecidos de su acogida hasta segunda orden; que será que nos digan que volvamos.


ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR ​​​Domingo 1º de Adviento B

Este domingo se hace necesario un esfuerzo de adaptación a la Vida Litúrgica de la Iglesia, porque estos días, en medio del acontecer normal de nuestra existencia, se produce un hecho importante: termina un Año Litúrgico y comienza otro, que llamamos Ciclo II o B. Dejamos al evangelista S. Mateo, que nos ha acompañado en las celebraciones de este año, y acogemos con veneración y afecto, a San Marcos. Un nuevo Año Litúrgico, es decir, un nuevo recorrido por las distintas celebraciones de la Iglesia, constituye un gran don que Dios nos hace. Y hemos de acogerlo con ilusión y gratitud, y con los mejores deseos de aprovecharlo al máximo.

Y comenzamos por el Tiempo de Adviento, por nuestra preparación para la Navidad; porque esta fiesta hay que prepararla intensamente. Una fiesta que no se prepara, o no se celebra o sale mal. Y la Navidad es la segunda fiesta en importancia, después de la Pascua. Para ello, se nos van ofreciendo cada día, los medios oportunos, para que lleguemos a las celebraciones que se acercan, bien preparados, bien dispuestos. En la oración colecta del domingo III, decimos al Señor que la Navidad es “fiesta de gozo y salvación”, y que nos conceda celebrarla “con alegría desbordante”.

Comenzamos este Tiempo, recordando que siempre, de algún modo, estamos en Adviento, porque siempre estamos a la espera de la Venida Gloriosa del Señor, como hemos venido recordando y celebrando las tres últimas semanas del Tiempo Ordinario, y continuaremos haciéndolo las dos primeras semanas de Adviento, concretamente, hasta el día 17 de Diciembre, en que comienzan “las ferias mayores”, la preparación inmediata para la Navidad.

En el Evangelio de este domingo, Jesucristo nos advierte que tenemos que vivir siempre a la espera, porque no sabemos cuándo vendrá; y porque, entonces, quiere encontrarnos en la tarea, que nos ha señalado. Jesús se vale de una comparación sencilla: un hombre se va de viaje y deja a cada uno de los criados su tarea, encargándole al portero que permaneciera a en vela. De igual modo, como comentábamos el domingo pasado, el día de la Ascensión Jesucristo se marchó visiblemente al Cielo y volverá (Hch 1, 9-12). Hoy nos advierte que llegaráinesperadamente, y puede encontrarnos dormidos. Y es que los acontecimientos importantes e, incluso, muchos menos importantes de esta vida, tienen fecha: día y hora. Sin embargo, el acontecimiento más trascendental de todos, no la tiene. De este modo, todas las generaciones cristianas pueden tener la experiencia de estar a la espera del Señor. La Venida imprevista del Señor puede ser mañana o puede ser dentro de un millón de años. No lo sabemos. ¡Y hay tanta gente despistada, que no sabe nada de esto, ni le interesa! ¡Hay tanta gente dormida! “¿Simón duermes?” dijo el Señor a Simón Pedro, en el Huerto de los Olivos, cuando los discípulos, en lugar de velar en oración, dormían (Mc 14,37). Lo mismo podría decir hoy, y, de hecho, lo dice de tantos cristianos, que somos, por naturaleza, “discípulos y misioneros” del Reino de Dios, y podemos andar dormidos.

Al comenzar este Tiempo, hacemos nuestra la súplica de aquellos israelitas, que acababan de llegar del destierro (1ª Lect.): “Ojalá rasgases el Cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia”. De todos modos, S. Pablo nos advierte este domingo (2ª Lect.) que no carecemos de ningún don los que aguardamos “la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”.

Por todo ello, proclamamos en el salmo responsorial de hoy: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. 



¡BUEN ADVIENTO! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

DESCANSE EN PAZ DON AGUSTÍN MORENO (VALLADOLID)

El movimiento de Vida Ascendente de la Diócesis de Tenerife se une en oración por Agustín Moreno Conde, miembro del mismo en Valladolid. Una pérdida que personalmente notaremos, ya que nos comunicábamos con él a través de correo electrónico cada día enviando ordinariamente alguno diario. A todos mi mas sentido pésame, a su familia que, aunque no la conocemos, les enviamos un abrazo en estos momento en Cristo, donde él estará reposando. Con esa esperanza pedimos. D E P.

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 34º del T. Ordinario A

La Solemnidad de Cristo Rey Universo es una fiesta muy hermosa ¡Cuántas resonancias, cuantos “ecos” despierta en el corazón de todos nosotros y de todos los cristianos!

No es una fiesta muy antigua. Fue instituida el año 1925 por el Papa Pío XI, en un contexto social, político y eclesial, completamente distinto al nuestro. No podemos detenernos ahora en ello. La Reforma conciliar la ha colocado en el domingo 34º, el último, del Año Litúrgico. Hay que situarla, por tanto, en el contexto en el que nos encontramos estas últimas semanas: la Venida Gloriosa del Señor. 

Resumiendo mucho, podríamos decir que el Año Litúrgico termina como terminará la Historia: con la gloria y la grandeza de Cristo Rey del Universo. En efecto, sea cual sea el fin material de la Creación, esta Solemnidad viene a señalarnos con fuerza, que la Historia humana no terminará en una destrucción, en una catástrofe o en un fracaso, sino en la manifestación plena y gloriosa de Cristo Rey del Universo, y, para nosotros, terminará en el gozo de un Encuentro eterno con Dios y con los hermanos. “Y su Reino no tendrá fin”, profesamos en el Credo. Y a Santa Teresa le gustaba repetir: “Por siempre, siempre, siempre”. Por eso, me parece interesante que, al llegar a este domingo, el último, hagamos un resumen de lo que se nos enseña estas tres últimas semanas: el domingo 32º, la parábola de las diez vírgenes, respondía a la pregunta: “¿Cuándo será la Venida del Señor?” Y el mismo Cristo nos respondía: “Velad, porque no sabéis el día ni la hora”. El domingo pasado, a la luz de la parábola de los talentos, nos preguntábamos: “¿y qué tenemos que hacer mientras esperamos? La respuesta era: negociar con los talentos que se nos han confiado. Y este domingo, responde a otras dos preguntas: ¿Y cómo vendrá el Señor? ¿Y para qué vendrá? Veamos: 

Hace ya mucho tiempo, Jesucristo vino pobre y humilde a Belén; entonces vendrá lleno de gloria. El Evangelio de hoy nos dice: “Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre y todos los ángeles con Él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante Él todas las naciones”. Y en el Credo Apostólico decimos: “Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos”. Ya sabemos, pues, cómo vendrá y a qué vendrá. Aquel Día “terrible y glorioso” se nos examinará acerca de nuestra conducta, especialmente con los más necesitados: los hambrientos, los sedientos, los forasteros, los enfermos, los encarcelados… Nunca reflexionaremos bastante sobre la enseñanza y la advertencia que nos hace hoy el Señor: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Y a la inversa.

Según eso, a unos dirá: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo…” Y a los otros: “Apartaos de mi, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles…” ¡Comprendemos aquí que Dios no puede ser indiferente ante el bien y el mal! 

Por tanto, juzgar para Jesucristo no es sólo ni, sobre todo, castigar. Todo lo contrario. El Señor viene, especialmente, a traer la recompensa, el salario, el premio, que corresponde a cada uno. Pero si alguien no ha querido seguir el camino señalado por el Evangelio, llegará adonde conduce ese camino, el que ha ido eligiendo libremente, en cada momento de su existencia. Y si eso es así, es lógico que deseen que vuelva el Señor, los que actúan conforme a su voluntad y que la ignoren, la menosprecien o la teman, los que andan por otros caminos. Más todavía, son muchos los cristianos que tienen toda su esperanza en la recompensa divina de aquel Día. Escribía San Pablo: “Os anima esto (su vida de fe y caridad) la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en el Cielo” (Col 1, 3-6).

Como decía San Juan de la Cruz: “en el atardecer de la vida nos examinarán del amor”.

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 33º del T. Ordinario A


La parábola de los talentos despierta siempre nuestra atención e interés y nos llama al sentido de la responsabilidad ante los dones que hemos recibido de Dios. La parábola está situada en el contexto de la Venida Gloriosa del Señor, que cada año, por estas fechas, recordamos y celebramos. Y este año la escuchamos además, en el marco de la Jornada de la Iglesia Diocesana.

El Evangelio propio del domingo 32º A, es la parábola de las diez vírgenes, y responde a la pregunta: “¿Cuándo vendrá el Señor? La respuesta la da el mismo Jesucristo: “Velad porque no sabéis el día ni la hora.” Es lo mismo que nos advierte S. Pablo en la segunda lectura de hoy.

La parábola de los talentos de este domingo, responde a otra pregunta: “Y mientras llega el Día del Señor, ¿qué tenemos que hacer?” “Negociad mientras vuelvo”, leemos en San Lucas en un texto parecido (Lc 19,13).

El Evangelio nos explica que los empleados que habían recibido cinco y dos talentos, negociaron con ellos y consiguieron otro tanto. Por eso, cuando, después de mucho tiempo, vuelve su señor, recibieron la alabanza y la recompensa que merecían; pero el que había recibido uno y no negoció con él, es el que recibe la reprobación y el castigo.

Es interesante recordar que un talento equivalía a 6000 denarios, y un denario era lo que cobraba un obrero por un día de trabajo, de sol a sol. Los cinco talentos equivalía, por tanto, a unos 80 años de trabajo. Incluso, al que le dieron un talento, recibió lo que correspondía a 6000 días. Una cantidad muy importante.

El día de su Ascensión, Jesús se marchó “visiblemente” al Cielo, y dejó sus bienes, los tesoros de la salvación, a los apóstoles y, por ellos, a toda la Iglesia; y por la Iglesia, a cada uno de nosotros. Dice S. Pablo: “El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros” (Ef 1, 8). Junto a esos bienes nos ha dado numerosos dones en el orden de la naturaleza y de la gracia. De esos dones, unos son para nosotros, y otros son para los demás, para la comunidad, para la Iglesia. Son los llamados “carismas”. Este es un tema muy importante y muy poco conocido por el pueblo cristiano. Sin embargo, el Papa San Juan Pablo II, en la Jornada de la Juventud de Santiago (agosto 1989), decía a los jóvenes que era necesario conocer los dones que el Señor les había concedido para los demás, para la Iglesia. Escribía San Pedro: “Que cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los demás, como buenos administradores de la múltiple gracia de Dios"(1Pe 4, 10).

Jesucristo volverá como nos ha dicho; y ese Día grande y glorioso, tendremos que darle cuenta de la “administración” de los bienes que nos ha dejado.

Este domingo se nos recuerda todo eso y se nos urge realizar la tarea que nos ha sido confiada: anunciar el Evangelio al mundo entero, llevar los tesoros de la salvación a todos los seres humanos.

Por tanto, desde la Ascensión hasta la segunda Venida de Cristo, es el tiempo del trabajo, de “negociar con los talentos”; es “el tiempo de la Iglesia”, que ha recibido del Señor aquella misión. Y hemos de hacerlo con el interés, la ilusión y el sentido de la responsabilidad, de “la mujer hacendosa” de la primera lectura. Lo recordamos, especialmente, este domingo, en que celebramos el Día de la Iglesia Diocesana. En esta Jornada, la Iglesia nos parece como más cercana, más concreta, más familiar… Con nombres y números. ¡Como un edificio en construcción! ¡Feliz Día de la Iglesia Diocesana! ¡Feliz Día del Señor!

GRUPO DE VIDA ASCENDENTE DEL ESCOBONAL

Vida Ascendente comienza un nuevo grupo en El Escobonal, ya es su tercer dia que se reunen para comenzar a caminar en este movimiento, animados por su párroco.



VIDA ASCENDENTE SE PRESENTA EN SAN SEBASTIÁN DE LA GOMERA





El pasado lunes y hoy viernes, tuvo lugar sendas reuniones en las parroquias de San Sebastián y San Cristóbal en La Lomada, respectivamente, -ambas de la Villa de San Sebastián de la Gomera-, en la que fue presentado el Movimiento de "Vida Ascendente" a un grupo de fieles interesados en crecer en la vida cristiana. La presencia del Párroco D. Juan Ramos en ambas reuniones fue de mucha importancia.

En ambos encuentros se subrayó la importancia de crecer siempre, de la mano de la comunidad cristiana, desde la identidad peculiar del Movimiento que se edifica sobre el conocido trípode de Amistad, Espiritualidad y Apostolado. Las personas que asistieron manifestaron una acogida grande y existe una clara posibilidad de que la Capital de la Isla de La Gomera cuente con dos grupos de "Vida Ascendente" que, unidos a los que ya existen en Valle Gran Rey y en Vallehermoso, configuren una hermosa presencia en la Isla.

Pidamos a nuestros Patronos que así sea...





 

Vía Lucís en Arafo

Hoy, 19 de abril, con la misma alegría que se siente en la mañana de Resurrección, un grupo del movimiento Vida Ascendente de El Asiprestajo...