ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 22º del T. Ordinario A


¡Pensar como los hombres! ¡Pensar como Dios! La diferencia es muy grande, a veces, radical.

En el Evangelio de este domingo contemplamos como Jesucristo le dice a Pedro: “Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios”.

Son, tal vez, las palabras más fuertes, más duras, que salen de los labios del Señor.

¡Qué diferencia tan grande con lo que escuchábamos el domingo pasado!: “Dichoso tú Simón…” Eso te lo ha revelado “mi Padre que está en el Cielo…” Y también “Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

¿Qué ha pasado?

Está claro. Jesucristo alaba y felicita a Pedro cuando piensa como Dios y le corrige cuando su pensamiento se desvía y piensa como los hombres.

¿Pero quién podía aceptar, ni siquiera imaginar, en todo Israel, que el Mesías tuviera que padecer? En general, pensaban en un Mesías vencedor, un Mesías Rey. Si él era el liberador que tenía que venir, ¿cómo iba a terminar humillado, vencido, condenado en una cruz? Ellos no entendían nada más. Por eso Jesús tendrá que llevar enseguida a los tres predilectos a una montaña alta, para transfigurarse y enseñarles “que, de acuerdo con la Ley y los Profetas (Moisés y Elías), la Pasión es el camino de la Resurrección”.(Lc 9,30). Este acontecimiento dejó en sus corazones una huella profunda. (1Pe 1,16-18).

Las palabras de Pedro hacen que Jesús se sienta tentado: “Me haces tropezar”. También a Él le gusta más el otro camino, pero reacciona con energía como siempre que se pone en cuestión la voluntad del Padre.

Algo parecido le sucede al profeta Jeremías (1ª Lect.). Tampoco a él le gusta la manera de ser profeta que le ha tocado, y piensa como los hombres y decide dejarlo todo. Pero no puede. La Palabra de Dios no se lo permite, no le deja tranquilo… Y tiene que pensar como Dios y seguir adelante.

La cuestión que se nos plantea a todos este domingo es clara: ¿Tú piensas como los hombres o piensas como Dios?

Y pensar como Dios supone para cada uno negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Jesucristo. Es lo que nos dice a continuación el Evangelio de hoy.

Entonces, ¿qué hacer?

S. Pablo (2ª Lect.) nos da la respuesta: “Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”. Y eso exige conversión, abrirse a la conversión. La “metanoia” bíblica supone, en primer lugar, un cambio de mente, de manera de pensar y, después, un cambio de conducta. Y eso no se consigue solamente con el esfuerzo humano, sino que, además, es don de Dios. Por eso, La Sagrada Escritura nos enseña a decir: “Conviértenos, Señor y nos convertiremos a ti” (Lam 5,21).

El trato con Dios, la meditación de su Palabra, la participación en la Eucaristía, el testimonio de los santos…, va transformando nuestra mente y nuestro corazón hasta llegar a “pensar como Dios”. Hasta que podamos decir como S. Pablo: “Y nosotros tenemos la mente (el pensamiento) de Cristo”. (1Co, 2,16).

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR: ​Domingo 21º del T. Ordinario A

En medio del paisaje rocoso de Cesarea de Filipo, se produce una doble e impresionante revelación: La que hace el Padre del Cielo a Simón Pedro acerca de Jesucristo, y la que hace Jesucristo sobre su Iglesia.

Veamos: Jesús pregunta a sus discípulos quién dice la gente que es el Hijo del Hombre, y la respuesta es variada, pero todos piensan que se trata de alguien importante: Juan Bautista o alguno de los profetas, que ha resucitado. Luego les pregunta qué dicen ellos de Él. Y Pedro le responde:“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Jesús se da cuenta de que aquello no puede proceder de Pedro, sino que es revelación de lo Alto. Y se lo ayuda a comprender a todos. Entonces dirigiéndose a él, le dice“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…”

Ya conocemos la dificultad que la “Doctrina del Primado” entraña en el camino ecuménico y en la misma mentalidad del hombre de hoy, pero, comprendemos aquí,que se trata de una verdad que atañe a la misma naturaleza de la Iglesia. Por eso, nos viene bien reflexionar este domingo sobre esta realidad, al mismo tiempo que alabamos y damos gracias al Padre por este misterio de fe,reconociendo que “sus decisiones son insondables e irrastreables sus caminos” (2ª Lect.). Y también oramosincesantemente a Dios por el Sucesor de Pedro (Hch 12, 5),para que le asista y le proteja.

Todos sabemos la importancia que tienen los cimientosen una casa o en cualquier edificación. Ya el Señor nos habla en una ocasión, de aquel hombre prudente que edificósu casa sobre roca, y del hombre necio, a quien se le ocurre construir una casa sin cimentación, sobre arena. (Mt 7,24-29) Y Jesús, que es el Hombre-Dios, infinitamente prudente, ¿cómo edificará “la Casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad?”(1Tim 3,15) ¿Sobre roca o sobre arena?

S. Pablo nos enseña que estamos “edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular” (Ef 2,20). Y el Vaticano II nos enseña que, con el fin de que los sucesores de los apóstoles, los obispos, fueran una sola cosa y no estuvieran divididos, “puso a Pedro al frente de los demás apóstoles e instituyó en él para siempre el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión”. (Cfr. L. G. 18) Y entre los signos que señalan esa misión, se subraya hoy el de las llaves.

Ya sabemos lo que significan unas llaves. Nos convierten, por ejemplo, en dueños o administradores de una casa. Y el Señor Jesús le dice a Simón Pedro: “Te daré las llaves del Reino de los Cielos”; lo que ates en la tierra,quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra,quedará desatado en el Cielo”. En la primera lectura escuchamos: “Colgaré de su hombro (de Eliacín) la llave del palacio de David: Lo que él abra nadie lo cerrará, Lo que él cierre nadie lo abrirá”.

​En resumen, conscientes de la grandeza de esta doctrina y de la fragilidad de todo lo humano, proclamamos hoy con el salmo responsorial: “Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”.

​​¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR: Domingo 20º del T. Ordinario A

La Liturgia de este domingo nos trae un mensaje acerca de launiversalidad de la salvación: Jesucristo ha venido para todos.

A nosotros nos resulta algo ya sabido porque lo hemosconocido y vivido desde niños; pero no siempre se entendió así, y, con alguna frecuencia, la Palabra de Dios nos lo recuerda.

El pueblo de Israel tuvo siempre una conciencia muy viva de ser el pueblo elegido; y, por medio de él, se incorporarían los demás pueblos a la salvación. Recordemos aquella crisis tan grave que tuvo lugar en la Iglesia Primitiva, cuando lo de los judaizantes (Hch 15, 1-2). 

Cuando leemos el Evangelio, constatamos que Jesús tieneuna clara conciencia de que había sido enviado solamente al pueblo de Israel, como había sucedido con los profetas. Éstos también habían anunciado, de algún modo, la universalidad de la salvación, como escuchamos en la primera lectura de hoy. En este contexto, las palabras del texto no deben parecernos extrañas: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Y también: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselos a los perritos”. Y cuando manda a los apóstoles de dos en dos, les dice: "No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel".(Mt. 10, 5-7).

Es por el Misterio Pascual, por el que Jesucristo hace de los dos pueblos -judíos y gentiles- un pueblo nuevo, la Iglesia. Por eso S. Pablo escribe: “Ahora, gracias a Cristo Jesús, los que en un tiempo estabais lejos, estáis cerca por la sangre de Cristo. Éles nuestra paz: El que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y decretos, para crear de los dos, en sí mismo, un único hombre nuevo, haciendo las paces. Reconcilió con Dios a los dos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte en Él, a la hostilidad…” (Ef 2, 13-16).

De este modo, contemplamos, en la segunda lectura, cómo S. Pablo se presenta como “apóstol de los gentiles”, al mismo tiempo que manifiesta su intensa preocupación por la suerte de los judíos.

Pero ya antes de su Muerte y Resurrección, Jesús anticipa yprofetiza en algunas ocasiones, la universalidad de la salvación,acogiendo y realizando curaciones de algunos paganos, que sobresalieron por su fe, como contemplamos este domingo, en aquella mujer cananea. Ella tenía una hija con “un demonio muy malo”. Se trataba, probablemente, de alguna enfermedad grave.Y, saliendo de uno de aquellos lugares, pertenecientes al territorio de Tiro y Sidón, empieza a llamar a gritos a Jesucristo,para que le atienda. Grita y vuelve a gritar hasta “molestar” a los discípulos. Ellos interceden ante Jesús, y la mujer se puede acercar y presentarle su petición: “Señor, socórreme”. Jesús le contesta con una especie de refrán: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. Y como aquella mujer posee una fe humilde y viva, se coloca en su lugar: Ella era unamujer pagana y no podía venir con exigencias… Y acierta a decirle: “Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. El Señor quedó profundamente sorprendido de su respuesta y le dijo: “Mujer, quégrande es tu fe: Que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija”.

Cuánto valora Jesucristo la fe; una fe humilde y viva, que nos lleve a colocarnos en nuestro lugar ante Él.

Concluyamos nuestra reflexión de hoy, proclamando con el salmo responsorial: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. La Asunción de la Virgen María


La Asunción de la Virgen María es una fiesta hermosa, alegre, y esperanzadora. Viene a confirmar nuestra fe, nuestra certeza, sobre nuestra victoria definitiva sobre la muerte. Es la Pascua de María. “Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección”, escuchamos en la segunda lectura.

Entonces, ¿por qué la gente sigue muriendo? ¿Y la resurrección? El apóstol San Pablo nos lo clarifica todo. “Pero cada uno en su puesto: Primero Cristo, como primicia, después cuando Él vuelva, todos los que son de Cristo…” “El último enemigo aniquilado será la muerte”. Por eso, todos continuamos sufriendo la muerte. Y el Apóstol añade: “Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies”.

No se trata, por tanto, de una ilusión, de una imaginación, de un deseo… Se trata de la Palabra de Dios. Es un dato fundamental de nuestra fe.

Entonces ¿qué nos dice esta gran Solemnidad?

Que la Virgen no ha tenido que esperar hasta la Venida Gloriosa del Señor, para ser glorificada, sino que terminada su vida en la tierra, ha sido llevada en cuerpo y alma al Cielo.

Por tanto, la Palabra de Dios ha comenzado a cumplirse ya, en la Virgen, Madre de Dios. Fue el Concilio el que nos enseñó que la Iglesia contempla ahora en María, lo que ella misma será un día. Ella es, por tanto, el espejo en el que podemos contemplar nuestro futuro eterno.

Hoy es un día en el que experimentamos la dicha de creer. “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, escuchamos en el Evangelio. En esta Solemnidad comprendemos mejor la necesidad de conservar y acrecentar nuestra fe; y también, de transmitirla a todos, especialmente, a los que lloran la muerte reciente de seres queridos.

La Santa Misa que celebramos este día es acción de gracias. ¡Cuántas gracias debemos dar al Señor, que nos concede un destino tan glorioso! Jesús nos dice: “El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día” (Jn 6, 54) Por tanto, el que quiera tener vida, ya sabe dónde se encuentran las fuentes de la vida: en la Muerte y Resurrección de Cristo que, “muriendo, destruyó nuestra muerte y resucitando, restauró la vida”. (Pref. Pasc. I).

La Iglesia, que peregrina rumbo a la Eternidad gloriosa, levanta los ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos (L. G. 65) porque Ella, “asunta al Cielo, no ha olvidado su función salvadora, sino que continúa procurándonos, con su múltiple intercesión, los dones de la salvación eterna. Con su amor de Madre cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros, hasta que lleguen a la patria feliz” (L. G. 62).

Es lo que experimentamos en la mayoría de las imágenes de María, por ejemplo, en la de la Virgen de la Candelaria, Patrona de nuestras islas, que recordamos y festejamos este día. En esa imagen bendita, en efecto, está representada su condición gloriosa, que contemplamos en la primera lectura. No en vano la vemos con una corona en su cabeza, con un manto enriquecido con prendas, con la luna bajo sus pies, llena de luces y flores. Y en el salmo cantamos: “De pie a tu derecha está la Reina, enjoyada con oro de Ofir”.

Toda esta grandeza ha de tener su repercusión en la vida de cada día. “Os anima a esto, nos dice San Pablo, lo que Dios os tiene reservado en los cielos…” (Col 1, 5). Terminamos nuestra reflexión, dirigiéndonos a la Virgen y diciéndole: “Y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, oh clementísima, o piadosa, oh dulce Virgen María”.

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR: Domingo 19º del T. Ordinario A


La imagen de Cristo caminando sobre el Lago embravecido, ha sido siempre algo muy querido para los cristianos. Con frecuencia, se compara a la Iglesia y a la misma vida del cristiano con una barca, surcando el mar de la existencia. Y es fácil que surja la tormenta. En el Lago de Galilea es un fenómeno normal y frecuente.

Después de aquella jornada de la Multiplicación de los panes y los peces, Jesús urge a los discípulos a pasar a la otra orilla, mientras Él se queda para despedir a la gente; luego sube a la montaña y en oración… Allí encuentra paz y sosiego después de aquel día tan intenso. Y desde allí contempla a los discípulos agobiados, luchando en medio del Lago, porque “el viento era contrario”. Entonces va en su ayuda caminando tranquilo sobre el mar, en medio de la tempestad.

¡Jesús caminando tranquilo sobre el oleaje! ¡Qué imagen más hermosa y más admirable! No deberíamos olvidarla nunca. Cuánta paz, confianza y consuelo despierta en nosotros.

¡Sobre el mar, tantas veces embravecido de nuestra vida, camina también el Señor! ¡Él es más fuerte que cualquier tempestad! Y cuando Él quiera, volverá la calma. En un primer momento, hasta la misma ayuda Dios se convierte para ellos en una gran dificultad. ¡Creen ver un fantasma! Se asustan y gritan. ¡Lo que faltaba! ¡Ahora, en la noche, en medio de la tormenta, un fantasma! Gracias que Jesús les grita enseguida: “¡Soy Yo, no tengáis miedo!” En nuestros problemas y dificultades es muy importante mantener la confianza en el poder de Dios, en su amor y en su misericordia. Alguna vez puede darnos la impresión de que Dios no está, de que se ha olvidado de nosotros, de que es impotente como nosotros. Sin embargo, Él está siempre con nosotros, siempre dispuesto a ayudarnos. Aunque pensemos, en un primer momento, que es un fantasma.

Pedro quiere ir hacia Jesús caminando sobre el mar, pero duda, desconfía, le entra miedo y comienza a hundirse. Y es hermosa, simpática, la actitud del Señor, cogiéndole de la mano y reprochándole su falta de fe.

Cuando S. Mateo escribía el Evangelio, los cristianos, probablemente, estarían siendo perseguidos. La barca de la Iglesia estaría, por tanto, zarandeada por olas gigantescas, el enorme oleaje de la persecución. En ese contexto, los cristianos recordarían estos hechos de la vida del Señor, porque les infundía valor, fortaleza y confianza. Y nunca faltan persecuciones en la vida de la Iglesia. Nunca faltan dificultades en la vida de los cristianos, en nuestra vida. También ahora, los cristianos están siendo perseguidos en muchos lugares de la tierra. El Vaticano II nos presenta a la Iglesia como peregrina “entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”. “…Está fortalecida, dice, con la fuerza del Señor Resucitado, para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo su esplendor al final de los tiempos”. (L.G. 8) Cuando llegue la hora de Dios, Él mismo subirá a la barca y entonces amainará el viento y pasará la tempestad. Entonces, postrados ante la grandeza y el poder de Dios, diremos a Jesús lo mismo que los discípulos en la barca: “Realmente eres Hijo de Dios”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR - Domingo 18º del T. Ordinario A


También a Jesucristo le gustan las vacaciones. Por eso se va en barca con los discípulos “a un sitio tranquilo y apartado”.

No sé si todos los cristianos se irán de vacaciones con el Señor; o, por el contrario, se irán de “vacaciones espirituales”, es decir, que quieren “descansar” también de su relación con Dios… Incluso, de la Misa del domingo. Pero aquella pobre gente no entiende de vacaciones; venían siguiendo a Jesús porque sienten profundamente de Él, “la necesidad de Dios”. Y “le estropean” las vacaciones. Pero para Él y, por tanto, para los cristianos, las vacaciones no son un valor absoluto. Algunos dicen: “Estoy de vacaciones y que nadie me moleste…” “No estoy para nadie…” Pero ése no es el sentido de las vacaciones para un cristiano. Pueden surgir necesidades graves y urgentes que hagan que tengamos que compartir el descanso con otras cosas. Y es difícil que haya unas vacaciones sin “ningún contratiempo”. Además, no podemos olvidar en vacaciones la necesidad de compartir las distintas tareas de la casa, para que puedan descansar todos porque, a veces, las madres no descansan. Pero lo que se destaca en el Evangelio de este domingo, es la primera multiplicación de los panes y los peces. Para “unos cinco mil hombres sin contar mujeres y niños”.

Este acontecimiento dejó una profunda huella en la primera generación cristiana, que iba recogiendo y guardando lo que se llaman “los hechos y dichos del Señor”, que dieron origen a los Evangelios. Todos ellos narran este acontecimiento. Y, a partir de él, San Juan nos presenta “el Sermón del Pan de Vida”.

Siempre se ha considerado este hecho como anuncio y prefiguración de la Eucaristía. San Mateo nos lo narra siguiendo el esquema de la última Cena: “Alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; y los discípulos se los dieron a la gente”. Veamos. Ya es tarde. Y los discípulos le dicen a Jesús: “Despide a la multitud para que se vayan a las aldeas y se compren de comer”. La respuesta de Jesús no puede ser más sorprendente: “Dadles vosotros de comer…” “¿Nosotros? ¿De dónde? ¿Si no tenemos más que cinco panes y dos peces?”Jesús les dice: “Traédmelos”

¡Cuánto aprendemos aquí! El Señor nos enseña que los cristianos tenemos que resolver las necesidades y dificultades de los hermanos. Dice Jesús que “el que el crea en mí hará las mismas obras que yo hago, y aún mayores” (Jn 14,12). ¡No hace Dios milagros sin necesidad! A nosotros nos gustaría resolver los problemas del mundo “a base de milagros”. Es mucho más cómodo. Pero no es así. Lo primero es compartir “los panes y peces” que tengamos. No importa el número. Sólo así podrá ahora tener lugar “el milagro”. Los otros milagros ya vendrán. Por eso, los primeros cristianos afrontaban también las necesidades materiales de los hermanos, la situación de las viudas y los huérfanos, por ejemplo. Así, en la Comunidad de Jerusalén “ninguno pasaba necesidad”. (Hch 4,34).

También en la vida cristiana se hace imposible la vida sin el alimento, sobre todo, sin el Pan del Cielo. De aquí que el Señor nos invite y nos urja la Eucaristía de cada domingo, como algo fundamental, que no se puede dejar por cualquier cosa. Incluso, la Misa de cada día, en la medida que sea posible. Pero eso depende de la necesidad de Dios que sienta cada cual. Decía San Juan Pablo II que celebrar la Eucaristía cada día había sido siempre para él “una necesidad existencial”. Y, como decía, en estas cosas no hay vacaciones. ¿Es que en el verano dejamos de comer o de respirar?

Este domingo, en el que experimentamos una vez más la generosidad de Dios con nosotros en el orden material y espiritual, aclamémosle con el salmo responsorial: “Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores…”

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

Vía Lucís en Arafo

Hoy, 19 de abril, con la misma alegría que se siente en la mañana de Resurrección, un grupo del movimiento Vida Ascendente de El Asiprestajo...