ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. ​ Santa María, Madre de Dios


¡Hoy (el día 1 de Enero) todo se centra en el Año Nuevo! Pero hay además, otras cosas que llaman nuestra atención. Veamos:

El Nacimiento del Señor es una fiesta muy grande y “no cabe” en un solo día. Por eso, lo hemos venido celebrando toda la semana, hasta llegar a este día. Hoy es la Octava de la Navidad; con la de Pascua, son las únicas octavas de la Liturgia renovada por el Vaticano II. “Y a los ocho días, tocaba circuncidar al Niño”, dice el Evangelio de hoy. Y le pusieron por nombre Jesús”, que quiere decir: “Yahvé salva” o “Salvador”. Así lo había anunciado el ángel a María y a José.

Aunque la Santísima Virgen está presente en toda la Navidad, los cristianos, desde los primeros siglos, han dedicado el día octavo a honrarla con el título de Madre de Dios. Es su fiesta más importante. No significa, por supuesto, que la Virgen María sea una “diosa”, que sea tan grande como Dios, que exista antes que Él, etc.  Se trata de que el Niño que se forma en su seno y da a luz, es el Hijo de Dios hecho hombre. Este es el título más grande e importante que podemos dar a María; y, en torno a su Maternidad divina, se sitúan y se entienden todos los privilegios y gracias singulares que Dios la otorga, y que están expresados en estas cuatro verdades de fe acerca de la Virgen Maríala Maternidad Divina, la Concepción Inmaculada, la Virginidad perfecta y perpetua y la Asunción en cuerpo y alma al Cielo.  

En la segunda lectura de hoy, S. Pablo nos ayuda a situar a María en el  proyecto y en la realización de la obra de la salvación de Dios Padre, sobre toda la humanidad. Por eso, dice que envió a su Hijo, nacido de una mujer, “para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”.  Ella es, por tanto, como “un puente” por donde llegó a nosotros  el Salvador; y su cooperación singular a la obra de la salvaciónhace que sea también Madre de la Iglesia, Madre espiritual de todos y cada uno de los cristianos. De este modo, ella ocupa, al mismo tiempo, el lugar más alto y más próximo a nosotros: el más alto, como Madre de Dios; el más próximo, como Madre nuestra. Y eso hace que los cristianos nos acojamos siempre a su intercesión y que tratemos de amarla, imitarla, conocerla más y más…

Hoy comienza un Nuevo Año. ¡Cuántos interrogantes! Año de una crisis que continúa, a pesar de los avances, y, por tanto, año de especial esfuerzo y trabajo; año también de ilusiones y de esperanzas. Y lo comenzamos poniendo nuestra confianza en la intercesión y en la protección de la Madre de Dios.Implorando de ella, sobre todo, el don de la paz. En efecto, el primero de enero, desde hace mucho tiempo, es en la Iglesia, la Jornada Mundial de la Paz. Se ha dicho que la paz del corazón es el fundamento de toda paz verdadera, y que es el don más grande que podemos recibir de Dios en esta vida.

Que la Virgen, Madre de Dios, interceda con bondad por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

  ¡FELIZ AÑO NUEVO!

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR La Natividad del Señor

¡Por el camino del Adviento hemos llegado a la Navidad! 
Nos disponemos, pues, a celebrar el Nacimiento de Jesús y sus primeras manifestaciones hasta llegar a su Bautismo, cuando va a iniciar su Vida Pública. ¡Es el Tiempo de Navidad! Recordamos y celebramos, por tanto, casi toda la vida del Señor. 

Y no celebramos estos acontecimientos como si se tratara sólo del recuerdo de algo que sucedió hace mucho tiempo; porque el Misterio de la Liturgia de la Iglesia –del Año Litúrgico- hace posible que estos acontecimientos se hagan, de algún modo, presentes, de manera que podamos ponernos en contacto con ellos y llenarnos de la gracia de la salvación (Const. Lit, 102). Es lo que se llama el “hoy” de la Liturgia.

Y esto es muy importante ¡Cambia por completo el sentido de la celebración!

El Papa S. León Magno (S. V), en una homilía de Navidad, decía: “Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador. Alegrémonos…” (Hom. Nav. I).

Y en la Misa de Medianoche, por poner otro ejemplo, repetimos, en el salmo responsorial: “Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”.

Y lo tomamos tan en serio, que nos felicitarnos unos a otros por la “suerte” que hemos tenido, al haber encontrado a Jesucristo en nuestro camino, al haber sido acogidos por la Iglesia, que es Madre y Maestra, y al poder celebrar la llegada de la salvación.

¡Cuántas gracias debemos dar a Dios Padre, que nos concede, un año más, celebrar estas fiestas tan grandes y tan hermosas!

Éstas son fiestas de mucha alegría, como comentaba el Domingo 3º de Adviento. Alegría que, decía, radica en el corazón, y que es desbordante en manifestaciones externas, ya tradicionales. Alegría que debe ser mucho mayor que si nos hubiera tocado la lotería.

Es tan importante y real todo esto, que la Navidad nos exige un cambio de vida, y debe marcar un antes y un después en la vida de cada cristiano. Es lo que nos dice San Pablo en la segunda lectura de la Misa de Medianoche: “Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos y a llevar ya, desde ahora, una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo”.

Y nadie puede decir, por ningún motivo: “Se me estropeó la Navidad.” O también: “¿En estas circunstancias, cómo puedo celebrar la Navidad?” “¿Cómo vamos a felicitar la Navidad a un enfermo?”, me decía alguien, en una ocasión.

La Navidad nos encuentra cada año en una situación distinta. Y desde ahí, desde ese “lugar concreto”, tenemos que salir al encuentro del Señor que llega, que quiere llegar a cada uno de nosotros, sin ninguna excepción. Y esto se realiza, especialmente, en la Eucaristía de la Navidad, en la que el Señor viene a cada uno, en la Comunión. Es lo más parecido al Portal de Belén y al mismo Cielo. 

Ya San León Magno, en la homilía que antes comentaba, decía: “Nadie tiene que sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo”.

En resumen, como los pastores, “vayamos a Belén a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor…”, para que podamos volver al encuentro con los hermanos, también como los pastores, “dando gloria y alabanza a Dios” por todo lo que hemos visto y oído. (Cfr. Lc 2, 15-20). 

¡FELIZ NAVIDAD!

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR Domingo 4º de Adviento B



El cuarto domingo de Adviento nos sitúa ante las puertas de la Navidad, y trata, cada año, de centrar los ojos y el corazón de toda la Iglesia en la Virgen María, la Madre del Señor. De ella aprendemos los cristianos la mejor forma de celebrar la Navidad. Nadie como ella, en efecto, ha sido capaz de acoger y vivir los Misterios que celebramos. Cómo desearíamos volver a ser niños y dejarnos coger de la mano de la Virgen María, Madre de la Iglesia, para que nos vaya acompañando a la hora de acercarnos a los distintos “pasos” de la Navidad; para aprender de ella a buscar en nuestro corazón y en nuestra vida el mejor lugar para Jesucristo que viene; y luego, a llevar por todas partes la Buena Noticia de la Navidad.

El Evangelio de este domingo nos coloca ante el Misterio inefable de la Encarnación. ¡Qué delicadas y escogidas son las palabras…, y los gestos! ¡Qué hermoso y esmerado resulta el conjunto! Y el texto de S. Lucas termina con esta sencilla expresión: “Y la dejó el ángel”. Pero entonces es cuando “el Verbo de Dios se hizo y carne habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Es “el misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en la Sagrada Escritura”, como dice S. Pablo en la segunda lectura.

Jesucristo es el descendiente de David por antonomasia, que construirá el templo del Dios vivo, del que nos habla la primera lectura. Él será el templo verdadero y definitivo de Dios; constructor y templo al mismo tiempo. Así llegará a su cumplimiento pleno la promesa del Señor a David.

Los Santos Padres nos enseñan, además, que la Virgen María acogió a Jesucristo antes en su corazón -en su mente- que en su cuerpo. Es como una “doble Encarnación”. Espiritual una, corporal, la otra. La Encarnación corporal es un acontecimiento del todo original e irrepetible; la espiritual, en cambio, está al alcance de todos, y se puede alcanzar en mayor o menor grado. Y de eso se trata en la Navidad: de que el Señor venga más y mejor a nuestro corazón, para quedarse en nuestra vida. Es lo que decíamos el otro día recordando este villancico: “El Niño Dios ha nacido en Belén. Aleluya. Aleluya. Quiere nacer en nosotros también. Aleluya. Aleluya”.

Y esto se consigue, especialmente, a través de dos sacramentos: los de la Penitencia y de la Eucaristía. El sacramento de la Penitencia, o mejor, de la Reconciliación, debe ser el punto culminante de nuestra preparación de Adviento y hace posible que Jesucristo venga a nosotros; la Eucaristía es la Venida misma del Hijo de Dios a nuestro corazón, como vino a Nazaret o a Belén.

Pero la celebración de la Navidad no termina en sí misma, sino que encierra la doble dimensión de la misión de la Iglesia, que es también Madre y Virgen: concebir al Hijo de Dios y darlo a luz al mundo. Y estas fiestas, con su ternura y su encanto, con su alegría y su asombroso e inefable mensaje, constituyen una ocasión privilegiada para llevar el anuncio de la Venida del Señor a los hermanos, al mundo entero.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡FELIZ NAVIDAD!

ECOS DEL DIA DEL SEÑOR Domingo 2º de Adviento B


Hay un villancico que dice: “¡El Niño Dios ha nacido en Belén! Aleluya. Aleluya. ¡Quiere nacer en nosotros también! Aleluya. Aleluya”.
 
Este es el objetivo de este Tiempo de Adviento y de la misma Navidad. El Vaticano II nos enseña que el Año Litúrgico realiza esa obra maravillosa: los que no vivíamos cuando sucedían los distintos acontecimientos, que ahora celebramos, podemos ponernos, de algún modo, en contacto con ellos, y llenarnos de la gracia de la salvación (S. C. 102). Es lo que se llama “el hoy de la Liturgia”.

Esta doctrina es muy importante. ¡Es un auténtico descubrimiento! A veces pensamos: “Si yo hubiera estado aquella noche en Belén…” “Y si hubiese sido uno de aquellos pastorcitos…” ¡Pues eso, de algún modo, es posible! ¡Lo podemos conseguir ahora, dentro de unas semanas! Y, porque tiene sus dificultades, nos dedicamos unas cuatro semanas -el Adviento- a intentarlo, mientras decimos: “El Señor va a venir; “el Señor va a nacer”; “¡Ven Señor, no tardes…!”

Ya sabemos que, durante las primeras semanas de Adviento, nos preparamos para la Navidad, recordando y celebrando la esperanza de la Vuelta Gloriosa del Señor, de la que nos habla hoy San Pedro en la segunda lectura.

Y en este tiempo surgen, en medio de nuestras celebraciones, unos personajes que nos ayudan en la tarea: uno de ellos es el profeta Isaías, “el profeta de la esperanza”. Él anuncia la gran noticia de que el pueblo de Israel, desterrado en Babilonia, va a ser liberado, y hace falta preparar los caminos que, podrían estar intransitables, para que el pueblo de Dios pueda llegar a su patria. (1ª Lect.)

Este domingo centramos nuestra mirada en otro personaje del Adviento. Se trata de Juan el Bautista, que viene a preparar los caminos, como anunciaba el profeta. Y, entonces como ahora, no se trata de preparar unos caminos materiales, sino los caminos, tantas veces difíciles, de nuestro interior, de nuestro corazón. De este modo podremos alcanzar nuestro objetivo: el encuentro con el Señor, su nacimiento espiritual en nosotros, la renovación de nuestra vida, el don de “la alegría espiritual…”, en medio de una sociedad triste, desencantada, en crisis…

S. Marcos subraya que el Bautista predicaba también con su ejemplo de vida, íntegra y austera, en el cumplimiento estricto de su misión. ¡Qué importante es siempre el testimonio de vida!

¡Y cómo reacciona aquella gente a la voz del Bautista! Nos dice el Evangelio que “acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán”. Constatamos que eso de confesar los pecados es algo muy antiguo. Para los cristianos es uno de los momentos –no el único- del Sacramento de la Reconciliación. Este tiempo intenso de preparación debería tener su punto culminante en la celebración de este Sacramento unos días antes de la Navidad, para hacer posible y real la llegada del Señor a nosotros, su nacimiento en nosotros.

¡Qué importante es, mis queridos amigos, descubrir o redescubrir este sentido, un tanto desconocido u olvidado, de la Navidad! La oración colecta de la Misa de hoy nos orienta en esa dirección. Dice: “Señor todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta Él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su vida”. ¡Eso es la Navidad!

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

VIDA ASCENDENTE EN EL ARCIPRESTAZGO DE TACORONTE

El consiliario y la presidenta de Vida Ascendente, visitaron hoy al arciprestazgo de Tacoronte. Una visita a los párrocos para presentares y ofertarles que implanten el mismo en sus parroquias. 

Nos recibieron con interés ya que conocían el movimiento. Quedamos agradecidos de su acogida hasta segunda orden; que será que nos digan que volvamos.


Encuentro de Cuaresma de Vida Ascendente

Hoy emos participado en el Vía Crucis en esta última semana de cuaresma, El movimiento Vida Ascendente unida en contemplación y participació...