ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 17º del T. Ordinario B


La multiplicación de los panes dejó una huella muy profunda en la comunidad primera. Aquella gente contempló cómo, de las manos de Cristo, fueron saliendo panes y peces, en cantidad suficiente, para alimentar toda aquella multitud. Y aún recogen doce cestos de sobras.

A partir de este acontecimiento, se inicia el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida, que recoge S. Juan en el capítulo sexto de su Evangelio, que iremos leyendo durante cinco domingos.

Es este un tiempo privilegiado para ir reflexionando, poco a poco, en distintos aspectos del misterio de la Eucaristía, sobre el que nunca meditaremos bastante.

Me parece que sería bueno detenernos a contemplar este domingo, cómo para realizar aquel milagro, Jesús quiere contar con los cinco panes y dos peces de un muchacho. De igual manera, para alimentar a todo el mundo con el Pan de la Eucaristía, Jesús quiere contar también con nuestro pan y nuestro vino.

Uno de los momentos de la Misa es el rito de las ofrendas, que podríamos llamar “el rito del compartir” lo que tenemos, como hacían los primeros cristianos. Y ¡no hay celebración de la Misa si no hay ofrendas!

En los primeros siglos se llevaban al altar pan, vino y otros dones para el sacrificio de la Misa y para atender a los ministros de la Iglesia y a los pobres: el sacerdote separaba lo necesario para la Eucaristía, y el resto se dejaba para las otras finalidades. En nuestro tiempo, llevamos al altar pan y vino para el sacrificio y los demás dones suelen llevarse en dinero, que, a veces, va destinado a las grandes necesidades de la Iglesia: evangelización, culto y caridad.

Pero las ofrendas tienen un sentido, una significación, que va mucho más allá de la cantidad que se pone en la bandeja. Y el que hace la colecta, no va sencillamente “a recoger perras para la Iglesia”, sino que realiza un verdadero ministerio al servicio del altar, del culto y del pueblo, con independencia de la finalidad concreta que se dé cada día a la colecta. ¡No podemos ir al altar con las manos vacías!

Estas ofrendas deben ser, en primer lugar, expresión de nuestro agradecimiento a Dios, dador de todo bien, por los dones recibidos, signos de su providencia y de su amor.

Nos sobrecoge el pensar que de todos esos dones nuestros, un poco de pan y de vino se van a convertir en el Cuerpo y Sangre de Cristo, para Vida del mundo.

Los dones que llevamos al altar son también signo de nuestro ofrecimiento interior. Debemos llevar al altar no sólo el pan, el vino y el dinero, sino que debemos llevar toda nuestra vida: nuestras alegrías y nuestras penas, nuestro trabajo y nuestro descanso, nuestras ilusiones y proyectos, todo lo que somos y tenemos, para ofrecerlos al Padre junto con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, según aquella expresión de San Agustín: “El Cristo todo ofrece al Padre al Cristo todo”. Así toda nuestra vida adquiere un sentido nuevo, un valor nuevo, se convierte en ofrenda al Padre, Señor del Universo. Y ya sabemos que lo que ofrecemos a otro tiene que ser bueno. Por eso la Santa Misa tiene que hacernos mejores, tiene que ser una consagración de toda nuestra vida. Y por este camino se va a una verdadera consagración del Cosmos y de la Historia.

También hoy dirige el Señor su mirada a esa enorme e incontable multitud de hombres y mujeres, víctimas del hambre y la miseria. Y también nos dice a nosotros como a los discípulos: “¿con qué compraremos panes para que coman éstos?” Ojalá que seamos capaces de poner en sus manos nuestros cinco panes y dos peces. Entonces se realizará el milagro y toda la gente seguirá proclamando: "Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo". 

 ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 16º del T. Ordinario B


Vuelven los apóstoles de la misión contando a Jesús todo lo que habían hecho y enseñado. El domingo pasado contemplábamos como los mandaba, de dos en dos, con una serie de recomendaciones.

Estar con Jesucristo, ser enviado por Él y volver a Él. ¡He ahí las características que constituyen la vida del apóstol!

Hay cristianos que, cuando van a realizar una tarea apostólica de modo individual o en grupo, comienzan ante el Sagrario de la parroquia y, después que la han realizado, vuelven de nuevo a él.

Jesús se lleva a los Doce en barca a un sitio “tranquilo y apartado” a descansar un poco. ¡Se los lleva de vacaciones!

¡Qué importante es ir de vacaciones con el Señor!

Yo digo a veces que en la vida espiritual no puede haber vacaciones. Porque ésta no consiste en el cumplimiento de unos deberes religiosos, sino que comporta el cuidado de una vida nueva, con todas sus necesidades y exigencias.

Cuando S. Juan Bosco hablaba a los jóvenes que atendía en el colegio, de las vacaciones, les decía que son la “vendimia del diablo”. ¡Que no sea así para nosotros! Que en las vacaciones, los que podamos tenerlas, haya espacio para cuidar de la vida de Dios en nosotros.

Hay cristianos, muchos cristianos que lo hacen así. Y ¿quién no recuerda las “actividades de verano” que organizan colegios e instituciones de la Iglesia, para que tantos pueden “descansar un poco”?

Jesús veía que había gente que andaba como “ovejas sin pastor”. Y, al embarcar con sus discípulos, los reconocieron, se les adelantaron y cuando llegaron al lugar elegido y desembarcaron, se encontraros con una multitud en busca de Jesús.

Y dice el Evangelio que a Cristo le dio lástima de ellos; “y se puso a enseñarles con calma”. ¡Le estropearon las vacaciones al Señor!

Pero su reacción no fue de enfado o nerviosismo; no les dice: “¿No saben que tengo que descansar?” Nosotros diríamos: “¿No saben que estoy de vacaciones? Vengan otro día…”

No podemos olvidar que las vacaciones no constituyen un valor absoluto. Hay muchas personas que, en el tiempo de vacaciones, tienen que trabajar mucho, especialmente y, en algunas ocasiones, las madres. O tienen que resolver unas necesidades urgentes, o tienen que cuidar un familiar o amigo enfermo o que necesita ayuda. ¡Y tantas cosas más…!

Pero para eso, hace falta tener un corazón bueno y sensible como el de Jesucristo que “sintió lástima” de aquella gente…

Frente a aquellos malos pastores del Antiguo Testamento, que dispersan a las ovejas y no las guardan, Jesús es el Pastor bueno que anuncia el profeta (1ª lectura). Un descendiente de David que se llamará “el Señor nuestra justicia”.

Él es el verdadero Pastor del Nuevo Testamento. Y Él cuenta con nosotros, miembros de su Cuerpo, para que le ayudemos, con palabras y obras, a continuar siendo el Pastor bueno de su pueblo.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡BUEN VERANO!

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 15º del T. Ordinario B


Entre todos los discípulos, el Señor “eligió a doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”. Así lo leemos en el Evangelio (Mc 3, 14). Jesús forma con ellos una comunidad, que será el origen, el fundamento y el punto constante de referencia del nuevo Pueblo de Dios.

En el Evangelio de este domingo, S. Marcos nos presenta a Jesucristo que envía a los apóstoles, de dos en dos, con una serie de recomendaciones. Deben anunciar, fundamentalmente, que el Reino de Dios está cerca.

Y Cristo les da unos poderes sobrenaturales, que son “las señales” del Reino. S. Marcos los resume todos con la expresión “dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos”, que están en el origen de todo mal.

Cuando contemplamos esta escena del Evangelio, recordamos y revivimos la llamada que Jesús nos ha hecho a nosotros, a cada uno de nosotros, para que anunciemos la Buena Noticia del Reino por todas partes, con palabras y obras. El fundamento de esta misión es el Bautismo y, sobre todo, la Confirmación. En efecto, por los sacramentos de Iniciación Cristiana, nos incorporamos plenamente a la Iglesia, que “sale” todos los días, como los apóstoles, a predicar la conversión y a hacer el bien a todos, pues “la misión” es el deber fundamental, la razón de ser de la Iglesia; y ella encuentra su gozo en anunciar el Evangelio a los pueblos (Ev. N., 14). Y, como miembros de esa Iglesia, cada uno tiene que ver si está cumpliendo esa misión: Cómo, cuándo y dónde la cumple. Porque no se trata de un consejo, sino de un mandato, un encargo, que nos da el Señor como última recomendación de despedida el día de la Ascensión: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la Creación” (Mc 16, 15).

Y cada uno tiene que cumplirla según su propia vocación. No es lo mismo la forma de cumplirla de un presbítero o de un diácono, que la de una madre de familia.

Ya nos advierte el Vaticano II que en la Iglesia hay “diversidad de ministerios, pero unidad de misión” (A. A. 2).

Nos dice el Evangelio de hoy que “ellos fueron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”.

“¡Ellos fueron…!” Y después de los apóstoles, han sido muchos los que también han ido y continúan yendo por todas partes, hasta los confines de la tierra. Cuando hay un conflicto en cualquier país del Tercer Mundo, y los medios de comunicación dan las noticias, enseguida aparecen los misioneros, que estaban allí desde hacía mucho tiempo, sin que nadie lo supiera.

Pero también han existido y existen muchísimos de los que se podría escribir: “Ellos no fueron”. Y esa realidad ha traído unas consecuencias muy graves en el mundo, en el que hay tantos millones de hombres y mujeres que ni siquiera han oído hablar nunca de Jesucristo. Y en los países de antigua tradición cristiana se ha descendido tanto, que, por todas partes, se habla de la necesidad de una Nueva Evangelización.

“Ellos no fueron”. Que no se pueda escribir en el futuro de ninguno de nosotros, como si se tratara de un nuevo evangelio: “Ellos no fueron”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 14º del T. Ordinario B


¡Es el “drama de la Encarnación”!

Para hablarnos, para darnos sus dones, su salvación…, Dios ha querido tener necesidad de la fragilidad de lo humano, hasta llegar a hacerse un hombre como nosotros. Y así, en su pueblo de Nazaret, no le acogen como al Mesías, al que tenía que venir; se quedan en lo humano. Por eso, “no pudo hacer allí ningún milagro”, porque les faltaba fe. Y Jesús “se extrañó de su falta de fe”, nos dice el Evangelio de hoy. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando. Pero sus paisanos de Nazaret se quedaron sin nada.

Y es que la condición humana de Jesús revela su condición divina. Es verdad. Pero también la oculta. A este hecho lo llamo yo el “Drama de la Encarnación”: se pueden rechazar los dones de Dios por la envoltura humana con que llegan a nosotros.

Aquella gente que escucha a Jesucristo en la sinagoga, por un lado, “se asombra” y por otro “desconfía de Él”. Y comienzan a pensar y a decir: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros aquí?”.

Estas cosas que para los otros pueblos constituían pruebas de su grandeza, para los de Nazaret se convierten en obstáculos. Y se muestran incapaces de recapacitar y de abrirse a la fe. ¡Y no se trata sólo de las envidias y recelos de los pueblos pequeños! El problema es más profundo.

Nosotros, como aquella gente, también podemos tropezar en lo mismo. Porque si este es el camino de la Revelación y el camino de la Iglesia, como veremos luego, siempre tendremos excusas para no creer. Es todo tan frágil, tan sencillo, tan simple, tan humano, que hace falta, a cada paso, recordar “el misterio”.

Si la palabra de Dios viniera envuelta en un resplandor celestial, si en los sacramentos cambiaran de color los signos, si los profetas y enviados parecieran extraterrestres, si hubiera algún tipo de conversación telefónica, para poder preguntar alguna cosa…, Pero ¡nada de eso sucede! Y es todo tan simple, tan “normal”, que, a veces, no nos parece que se trate de algo divino. De ahí que resulte imprescindible avivar nuestra fe a cada paso.

Y si, encima, somos “testarudos y obstinados”, como dice la primera lectura, la cosa se agrava. Y si los propios enviados tenemos alguna “espina en la carne”, algún emisario de Satanás que “nos apalea”, todavía peor. Es lo que sucede a S. Pablo (2ª Lect.).

Y todo esto que comentamos de Jesús, sucede también en la vida de la Iglesia. “El Drama de la Encarnación” está también presente en ella. ¡No hacen falta grandes análisis para comprobar su debilidad y su fragilidad! Y eso en todo: en sus instituciones, sus signos, sus recursos, su historia, las personas que pertenecemos a ella… Pero, a pesar de eso, nos advierte el Vaticano II: “Así como la naturaleza humana asumida sirve al Verbo divino de instrumento vivo de salvación, unido indisolublemente a Él, de modo semejante la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica, para el acrecentamiento de su Cuerpo” (L. G. 8).

Nos enseña S. Pablo: “Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (2Co 4, 7).

Y en la segunda lectura de hoy, el mismo Pablo nos presenta la “la regla de oro” que regula la existencia de este misterio: “La fuerza se realiza en la debilidad”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

VISITA AL GRUPO DEL ESCOBONAL

Hoy dia 1 de Julio , parte de la comisión hemos visitado, el grupo de Vida Ascendente del Escobonal  (Parroquia de San José)  tuvimos el privilegio  de la presencia de un hermano Franciscano de la Cruz Blanca  D.Cristo Manuel , donde  nos  contó sus vivencias en la casa familiar de Granada . Fué un encuentro espiritual , enriquecedor  y fraterno , donde nos deseamos todos unas felices y alegres vacaciones,  para de  nuevo vernos en octubre si  Dios quiere.



Vía Lucís en Arafo

Hoy, 19 de abril, con la misma alegría que se siente en la mañana de Resurrección, un grupo del movimiento Vida Ascendente de El Asiprestajo...