ÚLTIMA REUNIÓN DEL AÑO DE LA PERMANENTE

La comisión diocesana del Movimiento Vida Ascendente de Tenerife se reunió hoy 12 de diciembre, en la última reunión de este año. En ella están programando los actos del proximo año: lo primeroserá   preparar la fiesta de los Patrones que el próximo año será en el Seminario; y seguidamente será la realización de una asamblea diocesana, ya que este proximo año se cumple el tiempo prescrito en los Estatutos y hay que renovar la presidencia del movimiento.


ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR Domingo 1º de Adviento A


En este domingo se nos exige un pequeño esfuerzo para acoger enseguida, lo que se nos ofrece: ¡Un nuevo Año Litúrgico, y su primera etapa, el Tiempo de Adviento!

Un nuevo Año o un Tiempo Litúrgico nuevo constituye un don muy grande de Dios, y merece ser acogido con alegría y gratitud. Y debemos ponernos en marcha desde el primer momento. El Vaticano II nos dice cosas muy hermosas del Año Litúrgico (S. C. 102).

¡Y comenzamos por el Adviento! Es ésta una palabra que significa venida, llegada, advenimiento, y trata de disponer a los fieles para celebrar una Navidad auténtica.

En efecto, cuando llegue la Navidad, muchos cristianos se dirán: “¿Lo que celebra la mayoría la gente es Navidad? Porque en adornos, comidas, felicitaciones, regalos…, parece que se queda casi todo. ¡Y eso sólo no es Navidad!”

Sabemos, por experiencia, que las fiestas del pueblo o del barrio, si no se preparan, o no se celebran o salen mal. ¿Cómo podemos celebrar una Navidad sin Adviento? ¿No será ésa la razón fundamental de este desajuste?

Y comenzamos nuestra preparación para celebrar la primera Venida del Señor en Navidad, recordando que los cristianos vivimos siempre en un adviento continuo, porque estamos esperando siempre la Vuelta Gloriosa del Señor, como hemos venido recordando y celebrando estas últimas semanas del Tiempo Ordinario, y seguiremos haciéndolo hasta el día 17 de Diciembre, en que comienzan las ferias mayores de este Tiempo, cercana ya la Navidad.

Los acontecimientos de la tierra tienen todos un día y una hora, pero el Señor ha querido ocultarnos el de su Venida Gloriosa. De este modo, todas las generaciones cristianas esperan la Venida del Señor, como el acontecimiento más grande e importante que aguardamos.

En el Evangelio de S. Mateo, que nos guía este año, Jesús nos dice este domingo: “Estad en vela porque no sabéis cuándo vendrá vuestro Señor”. Y también: “Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”. Al mismo tiempo, el Señor nos da un pronóstico un tanto pesimista de aquel Gran Día: “Sucederá como en tiempos de Noé. Cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos”. Pero no deben sorprendernos estas palabras del Señor. Él puede venir esta noche o dentro de 1000 años. No lo sabemos. Pero si viniera esta noche, ¿cómo nos encontraría? ¿Vigilantes? ¿Preparados?, ¿Esperándole? ¿O como en los días de Noé?

Con todo, la Venida del Señor no es una cita con el miedo, el pesimismo, la y la desesperanza. Todo lo contrario. En el salmo responsorial de este domingo, repetimos: “Vamos alegres a la casa del Señor”. Y esa casa es el Cielo, hacia donde nos dirigimos como peregrinos.

En resumen, podríamos subrayar lo que nos dice S. Pablo en la segunda lectura: “Daos cuenta del momento en que vivís”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡BUEN ADVIENTO!

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 34º del T. Ordinario C


La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, que celebramos este domingo, último del Tiempo Ordinario, es para todos los que amamos y seguimos a Jesucristo, una fiesta hermosa, alegre, esperanzadora…

Decíamos el otro día que, en estas fechas, los cristianos recordamos y celebramos cada año, el final de la Historia humana, con la Venida gloriosa de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Esta solemnidad hemos de encuadrarla, por tanto, en ese marco precioso.

Sea como sea el final de este mundo, que estudian y debaten los científicos, los cristianos tenemos la seguridad de que la Historia de la Humanidad concluirá con la manifestación plena de Cristo, Rey del cielo y de la tierra, Señor de la Historia humana, del tiempo y de la eternidad; y trae unas consecuencias prácticas para nosotros y para la Creación entera, que se verá transformada, para participar en la herencia gloriosa de los hijos de Dios (Rom. 8, 19 ss).

¡Celebramos a Cristo Rey del Universo! Pero, a veces, ante la realidad que contemplamos, podemos llegar a pensar: ¿Cristo es el Rey del Universo? ¿Pero dónde reina Cristo? ¡Hay tantas personas, tantas instituciones, tantos lugares y circunstancias, en las que Cristo no reina!

Esta fiesta, por tanto, nos señala la naturaleza y dimensiones de ese reinado, y el tiempo de su manifestación plena y gloriosa.

Jesucristo ante Pilatos, que lo condena a muerte, o crucificado entre dos malhechores, como nos lo presenta el Evangelio de hoy, es la prueba más evidente de que su Reino no es de aquí (Jn 18, 36 ).

Allí, en la Cruz, los soldados se burlan, precisamente, de su condición de Rey, “ofreciéndole vinagre y diciendo: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Y si Jesús, por un imposible, se hubiera bajado de la Cruz, ¿qué hubiera sucedido? ¿Qué hubiera sido de nosotros?

Pilatos, con espíritu profético, manda colocar un letrero, en hebreo, latín y griego, que decía: “Este es el rey de los judíos”. Pero es el buen ladrón el que abre su corazón a la fe en un Reino que no es de aquí. Y escucha de Jesucristo, moribundo, unas palabras que nos hacen estremecer: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Me parece que el prefacio de la Misa hace un resumen hermoso de la naturaleza del reinado de Cristo, y lo trascribo aquí, como una síntesis de todo, para nuestra reflexión, para nuestra contemplación: “… Porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que ofreciéndose a sí mismo, como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana, y, sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu Majestad infinita un reino eterno y universal: El reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.

Y hoy se clausura en Roma el Año Santo de la Misericordia. ¡Qué contemplación más hermosa del Reino de Cristo la que se nos ha ofrecido!

Si todo esto es así, ¿no es lógico que deseemos y pidamos, con toda nuestra alma, la Vuelta Gloriosa del Señor?

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 32º del T. Ordinario C


Ya sabemos que el Evangelio de San Lucas se estructura como un camino hacia Jerusalén. El domingo 13º contemplábamos el comienzo de ese camino. Hoy llega a su fin. El texto de hoy nos lo presenta ya en Jerusalén, donde enseñaba a diario en el templo (Lc 19, 47).

Uno de esos días, unos saduceos, que se distinguían de los fariseos, en que negaban la resurrección y la existencia de espíritus, se acercan a Jesús para presentarle una objeción acerca de la resurrección.

Se trata de una mujer que, de acuerdo con la Ley de Moisés, estuvo casada con siete hermanos, y ha muerto. Y le preguntan: “Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer?”

Seguro que irían frotándose las manos y diciéndose unos a otros: “A este Maestro de Nazaret, lo vamos a dejar en ridículo, se va a quedar sin palabras, cuando le presentemos nuestro caso. Verá que es absurda esa doctrina que enseña. Si fuera verdad, ¡qué líos se iban a formar, después de la muerte!”

Si nos preguntaran esto a nosotros, creyentes en la resurrección, ¿qué responderíamos? Jesús lo resuelve muy fácilmente: ¡En la resurrección no existirá el matrimonio!

Recuerdo que en una Jornada Mundial de la Juventud, Juan Pablo II decía a los jóvenes reunidos, que hay cuestiones en las que Jesucristo es “el único interlocutor competente”, porque Jesucristo es el único que conoce y entiende de esos temas. Nosotros los conocemos, porque Él nos lo ha enseñado. En la conversación con Nicodemo, le dice: “Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo?” (Jn 3, 11-13).

¡Está claro que la resurrección de los muertos es una de aquellas cuestiones de las que habla el Papa!

Pero hay más. Sigue diciendo el Señor: “Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos están vivos”.

¡Qué importante y decisivo es, mis queridos amigos, tener una fe cierta, convencida, en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro! Esa fe es la que sostuvo en el martirio a aquellos muchachos, los macabeos, que nos presenta la primera lectura de este domingo. Y esa fe es la que ha sostenido, a lo largo de los siglos, a muchos hombres y mujeres en medio de las mayores dificultades, sin excluir la misma muerte.

Y al terminar el Año Litúrgico, hoy es ya el domingo 32º, se nos presentan estos temas, porque cada año, por estas fechas, recordamos y celebramos el término de la Historia humana, con la Segunda Venida del Señor, que dará paso a la resurrección de los muertos y a la vida del mundo futuro.

¡Qué dicha la nuestra que, desde pequeños, sabemos estas cosas!

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

A LOS ANCIANOS: *EL PAPA, 15 DE OCTUBRE EN SAN PEDRO*

Estoy feliz de vivir junto a ustedes esta jornada de reflexión y de oración, insertada en el contexto del Día de los Abuelos. Los saludo a todos con afecto, a partir de los presidentes de las Asociaciones, a quienes agradezco por sus palabras. Expreso mi aprecio a cuantos han afrontado dificultades y penurias con el fin de no perderse esta cita; y al mismo tiempo estoy cerca de todas las personas mayores, solas o enfermas, que no pudieron moverse de casa, pero que están espiritualmente unidas a nosotros.

La Iglesia mira a las personas ancianas con afecto, gratitud y gran estima. Ellas son una parte esencial de la comunidad cristiana y de la sociedad. No sé si han escuchado bien: los ancianos son parte esencial de la comunidad cristiana y de la sociedad. En particular, representan las raíces y la memoria de un pueblo. Ustedes son una presencia importante, porque su experiencia es un tesoro precioso, indispensable para mirar hacia el futuro con esperanza y responsabilidad. Su madurez y sabiduría, acumulada a lo largo de los años, pueden ayudar a los más jóvenes, sosteniéndolos en el camino del crecimiento y de la apertura al futuro, en la búsqueda de su camino. Los ancianos, de hecho, testimonian que, incluso en las pruebas más difíciles, nunca hay que perder la confianza en Dios y en un futuro mejor. Ellos son como árboles que continúan dando frutos: incluso bajo el peso de los años, pueden dar su contribución original para una sociedad rica en valores y para la afirmación de la cultura de la vida.

No son pocos los ancianos que emplean generosamente su tiempo y los talentos que Dios les ha concedido  abriéndose a la ayuda y al sostén de los demás. Pienso en cuantos se ponen a disposición de las parroquias para un servicio realmente precioso: algunos se dedican al decoro de la casa del Señor, otros como catequistas, líderes de la liturgia, testigos de la caridad. ¿Y qué decir de su papel en el ámbito familiar? ¡Cuántos abuelos cuidan de los nietos, transmitiendo con sencillez a los más pequeños la experiencia de la vida, los valores espirituales y culturales de una comunidad y de un pueblo! En los países que han sufrido una severa persecución religiosa, fueron los abuelos quienes transmitieron la fe a las nuevas generaciones, conduciendo a los niños recibir el bautismo en un contexto de sufrida clandestinidad.

En un mundo como el actual, donde a menudo son mitificadas la fuerza y la apariencia, ustedes tienen la misión de dar testimonio de los valores que realmente importan y que permanecen para siempre, porque están grabados en el corazón de cada ser humano y garantizados por la Palabra de Dios. Precisamente en cuanto personas de la llamada tercera edad, ustedes, o más bien nosotros, - porque yo también soy parte - estamos llamados a trabajar para el desarrollo de la cultura de la vida, dando testimonio de que cada etapa de la existencia es un don de Dios y tiene una  belleza e importancia propias, aunque esté marcada por la fragilidad.

De frente a tantos ancianos que, en los límites de sus posibilidades, continúan sirviendo a su prójimo, hay muchas personas que conviven con la enfermedad, con dificultades motoras, y que necesitan asistencia. Hoy doy gracias a Dios por las muchas personas y estructuras que se dedican a un cotidiano servicio a los mayores, para favorecer contextos humanos adecuados, en los cuales todos puedan vivir dignamente esta importante etapa de la propia vida. Las instituciones que albergan a los ancianos son llamadas a ser lugares de humanidad y de atención amorosa, donde las personas más débiles no sean olvidadas o descuidadas, sino visitadas, recordadas y custodiadas como hermanos y hermanas mayores. Se expresa así el reconocimiento aquellos que han dado tanto a la comunidad y que están en raíz.

Las instituciones y las diferentes realidades sociales todavía pueden hacer mucho para ayudar a los ancianos a expresar al máximo sus capacidades, para facilitar su participación activa, sobre todo para asegurar que su dignidad de personas sea siempre respetada y valorizada. Para ello se debe contrarrestar la cultura nociva del descarte – contrastar esta cultura nociva del descarte – que margina a los ancianos considerándolos improductivos. Los responsables públicos, las realidades culturales, educativas y religiosas, así como todas las personas de buena voluntad, están llamados a comprometerse con la construcción de una sociedad cada vez más acogedora e inclusiva.

Y esto del descarte es feo. Una de mis abuelas me contaba esta historia: en una familia, el abuelo vivía con ellos, era viudo, pero comenzó a enfermarse, enfermarse… Y en la mesa no comía bien y se le caía un poco de la comida. Y un día, el papá decidió que el abuelo no comiera más en la mesa con ellos, que comiera en la cocina y realizó una pequeña mesa para el abuelo. Así, la familia comía sin el abuelo. Algunos días después cuando volvió a casa del trabajo encontró a uno de sus hijos chiquitos jugando con la madera, los clavos, los martillos… “¿Pero qué estás haciendo?”, le preguntó. El niño le respondió: “Estoy construyendo una mesa”. “¿Para qué?” “Para ti. Para que cuando te hagas viejo, puedas comer aquí”. Los niños naturalmente son muy apegados a los abuelos y comprenden cosas que solamente los abuelos pueden explicar con su vida, con su actitud. Y esta cultura del descarte “eres viejo, ve afuera…” Tú eres viejo: ¡pero tienes tantas cosas para decirnos, para contarnos, de historia, de cultura, de la vida, de los valores! No dejemos que esta cultura del descarte siga adelante. Que haya siempre una cultura de inclusión.

También es importante favorecer los lazos entre generaciones. El futuro de un pueblo requiere el encuentro entre jóvenes y ancianos: los jóvenes son la vitalidad de un pueblo en camino y los ancianos refuerzan esta vitalidad con la memoria y la sabiduría.

Y hablen con sus nietos: hablen. Dejen que ellos les hagan preguntas. Son de una peculiaridad diversa de la nuestra, hacen otras cosas, les gusta otra música, pero tiene necesidad de los ancianos, de este hablar continuo. Y para dar la sabiduría. Me hace tanto bien leer cuando José y María llevaron al niño Jesús – tenía 40 días el nene – al templo. Y allí encontraron a dos abuelos. Estos abuelos eran la sabiduría del pueblo, y alababan a Dios para que esta sabiduría pudiera seguir adelante con este niño. Son los abuelos los que reciben a Jesús en el Templo, no el sacerdote: esto viene después. Los abuelos. Y lean esto, en el Evangelio de Lucas, ¡es hermoso!

Queridos abuelos y abuelas, gracias por el ejemplo que ofrecen de amor, dedicación y sabiduría. ¡Sigan dando con coraje testimonio de estos valores! ¡Que no falten en la sociedad su sonrisa y el hermoso brillo de sus ojos! ¡Que la sociedad pueda verlos! Yo los acompaño con mis oraciones, y ustedes tampoco se olviden de rezar por mí. Y ahora, sobre ustedes y en sus intenciones y proyectos de bien, invoco la bendición del Señor.

Ahora recemos a la abuela de Jesús, a Santa Ana: lo hagamos en silencio, un segundito. Cada uno pida a Santa Ana que nos enseñe a ser buenos y sabios abuelos.
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Ignacio G. Fariña

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 29º del T. Ordinario C


Comienza el Evangelio de hoy diciendo: “Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre, sin desanimarse…” Y nos presenta la parábola del “juez inicuo”: Una mujer viuda que, a base de insistencia, consigue que el juez le haga justicia.

Con cierta frecuencia, nos habla el Señor de la oración de petición, que es sólo uno de los tipos de oración. Él quiere que le pidamos con frecuencia y con insistencia, porque Él, que nos ha colmado y nos colma continuamente de dones, ha querido concedernos otros, si se los pedimos.

Pero, una mala inteligencia de éste y otros textos parecidos del Evangelio, ha llevado a muchos cristianos a “desanimarse”, es decir, a perder la confianza en la oración e, incluso, a alejarse de Dios.

Es verdad que, en una reflexión como ésta, que tiene que ser breve, no podemos abordar toda la problemática de la oración de petición, pero intentaremos acercarnos un poco.

Lo primero es que, en esos textos del Evangelio, el Señor se expresa, como dicen los entendidos, “de forma absoluta”, es decir, sin más explicaciones, ni matizaciones: “Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá…” (Mt. 7, 7) Por eso, hay que interpretarlos correctamente y, dentro de las demás enseñanzas del Señor, de los apóstoles y de toda la Tradición de la Iglesia.

La oración nunca se ha entendido, como un medio para conseguir todo lo que queramos, de un modo inmediato, de forma que sea como una de esas máquinas modernas, en las que ponemos una moneda, y nos sale un café u otra cosa que hayamos elegido. La oración no es así.

Ni tampoco, se ha considerado nunca como “una victoria” sobre la voluntad de Dios. Como si con la oración consiguiéramos cambiar el parecer de Dios.

Recordemos aquella escena trágica del Evangelio en la que el Señor ora en el Huerto de los Olivos (Cfr. Lc 22,39). El Padre no le concede al Hijo lo que le pide, no puede hacerlo, pero le envía un ángel para que le conforte en la agonía. La oración es siempre eficaz. Siempre se nos concede algo. Al mismo tiempo se nos enseña aquí la forma correcta de orar: “Padre, que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. La oración, por tanto, se sitúa siempre en el contexto de la voluntad de Dios, que no es “el capricho de Dios”, sino lo que realmente nos conviene.

¡Jesús experimenta, como nosotros a veces, el aparente “silencio de Dios!”

Y cuánto nos enseña y nos ayuda también esa escena conmovedora que nos presenta la primera lectura de este domingo: Moisés sube a la montaña para orar. Cuando tiene los brazos en alto, vence el ejército de Israel; cuando los baja, por el cansancio, vence Amalec. Es una imagen de lo que tiene que ser nuestra vida y la vida de la Iglesia: oración y acción.

En medio de la sociedad actual en la que parece que el hombre se basta a sí mismo, los cristianos poseemos “el secreto de la oración”. Y no dejamos de repetir constantemente lo que hemos proclamado hoy, en el salmo responsorial: “El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

Vía Lucís en Arafo

Hoy, 19 de abril, con la misma alegría que se siente en la mañana de Resurrección, un grupo del movimiento Vida Ascendente de El Asiprestajo...