ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR Domingo 1º de Adviento A


En este domingo se nos exige un pequeño esfuerzo para acoger enseguida, lo que se nos ofrece: ¡Un nuevo Año Litúrgico, y su primera etapa, el Tiempo de Adviento!

Un nuevo Año o un Tiempo Litúrgico nuevo constituye un don muy grande de Dios, y merece ser acogido con alegría y gratitud. Y debemos ponernos en marcha desde el primer momento. El Vaticano II nos dice cosas muy hermosas del Año Litúrgico (S. C. 102).

¡Y comenzamos por el Adviento! Es ésta una palabra que significa venida, llegada, advenimiento, y trata de disponer a los fieles para celebrar una Navidad auténtica.

En efecto, cuando llegue la Navidad, muchos cristianos se dirán: “¿Lo que celebra la mayoría la gente es Navidad? Porque en adornos, comidas, felicitaciones, regalos…, parece que se queda casi todo. ¡Y eso sólo no es Navidad!”

Sabemos, por experiencia, que las fiestas del pueblo o del barrio, si no se preparan, o no se celebran o salen mal. ¿Cómo podemos celebrar una Navidad sin Adviento? ¿No será ésa la razón fundamental de este desajuste?

Y comenzamos nuestra preparación para celebrar la primera Venida del Señor en Navidad, recordando que los cristianos vivimos siempre en un adviento continuo, porque estamos esperando siempre la Vuelta Gloriosa del Señor, como hemos venido recordando y celebrando estas últimas semanas del Tiempo Ordinario, y seguiremos haciéndolo hasta el día 17 de Diciembre, en que comienzan las ferias mayores de este Tiempo, cercana ya la Navidad.

Los acontecimientos de la tierra tienen todos un día y una hora, pero el Señor ha querido ocultarnos el de su Venida Gloriosa. De este modo, todas las generaciones cristianas esperan la Venida del Señor, como el acontecimiento más grande e importante que aguardamos.

En el Evangelio de S. Mateo, que nos guía este año, Jesús nos dice este domingo: “Estad en vela porque no sabéis cuándo vendrá vuestro Señor”. Y también: “Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”. Al mismo tiempo, el Señor nos da un pronóstico un tanto pesimista de aquel Gran Día: “Sucederá como en tiempos de Noé. Cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos”. Pero no deben sorprendernos estas palabras del Señor. Él puede venir esta noche o dentro de 1000 años. No lo sabemos. Pero si viniera esta noche, ¿cómo nos encontraría? ¿Vigilantes? ¿Preparados?, ¿Esperándole? ¿O como en los días de Noé?

Con todo, la Venida del Señor no es una cita con el miedo, el pesimismo, la y la desesperanza. Todo lo contrario. En el salmo responsorial de este domingo, repetimos: “Vamos alegres a la casa del Señor”. Y esa casa es el Cielo, hacia donde nos dirigimos como peregrinos.

En resumen, podríamos subrayar lo que nos dice S. Pablo en la segunda lectura: “Daos cuenta del momento en que vivís”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡BUEN ADVIENTO!

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 34º del T. Ordinario C


La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, que celebramos este domingo, último del Tiempo Ordinario, es para todos los que amamos y seguimos a Jesucristo, una fiesta hermosa, alegre, esperanzadora…

Decíamos el otro día que, en estas fechas, los cristianos recordamos y celebramos cada año, el final de la Historia humana, con la Venida gloriosa de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Esta solemnidad hemos de encuadrarla, por tanto, en ese marco precioso.

Sea como sea el final de este mundo, que estudian y debaten los científicos, los cristianos tenemos la seguridad de que la Historia de la Humanidad concluirá con la manifestación plena de Cristo, Rey del cielo y de la tierra, Señor de la Historia humana, del tiempo y de la eternidad; y trae unas consecuencias prácticas para nosotros y para la Creación entera, que se verá transformada, para participar en la herencia gloriosa de los hijos de Dios (Rom. 8, 19 ss).

¡Celebramos a Cristo Rey del Universo! Pero, a veces, ante la realidad que contemplamos, podemos llegar a pensar: ¿Cristo es el Rey del Universo? ¿Pero dónde reina Cristo? ¡Hay tantas personas, tantas instituciones, tantos lugares y circunstancias, en las que Cristo no reina!

Esta fiesta, por tanto, nos señala la naturaleza y dimensiones de ese reinado, y el tiempo de su manifestación plena y gloriosa.

Jesucristo ante Pilatos, que lo condena a muerte, o crucificado entre dos malhechores, como nos lo presenta el Evangelio de hoy, es la prueba más evidente de que su Reino no es de aquí (Jn 18, 36 ).

Allí, en la Cruz, los soldados se burlan, precisamente, de su condición de Rey, “ofreciéndole vinagre y diciendo: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Y si Jesús, por un imposible, se hubiera bajado de la Cruz, ¿qué hubiera sucedido? ¿Qué hubiera sido de nosotros?

Pilatos, con espíritu profético, manda colocar un letrero, en hebreo, latín y griego, que decía: “Este es el rey de los judíos”. Pero es el buen ladrón el que abre su corazón a la fe en un Reino que no es de aquí. Y escucha de Jesucristo, moribundo, unas palabras que nos hacen estremecer: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Me parece que el prefacio de la Misa hace un resumen hermoso de la naturaleza del reinado de Cristo, y lo trascribo aquí, como una síntesis de todo, para nuestra reflexión, para nuestra contemplación: “… Porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que ofreciéndose a sí mismo, como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana, y, sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu Majestad infinita un reino eterno y universal: El reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.

Y hoy se clausura en Roma el Año Santo de la Misericordia. ¡Qué contemplación más hermosa del Reino de Cristo la que se nos ha ofrecido!

Si todo esto es así, ¿no es lógico que deseemos y pidamos, con toda nuestra alma, la Vuelta Gloriosa del Señor?

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 32º del T. Ordinario C


Ya sabemos que el Evangelio de San Lucas se estructura como un camino hacia Jerusalén. El domingo 13º contemplábamos el comienzo de ese camino. Hoy llega a su fin. El texto de hoy nos lo presenta ya en Jerusalén, donde enseñaba a diario en el templo (Lc 19, 47).

Uno de esos días, unos saduceos, que se distinguían de los fariseos, en que negaban la resurrección y la existencia de espíritus, se acercan a Jesús para presentarle una objeción acerca de la resurrección.

Se trata de una mujer que, de acuerdo con la Ley de Moisés, estuvo casada con siete hermanos, y ha muerto. Y le preguntan: “Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer?”

Seguro que irían frotándose las manos y diciéndose unos a otros: “A este Maestro de Nazaret, lo vamos a dejar en ridículo, se va a quedar sin palabras, cuando le presentemos nuestro caso. Verá que es absurda esa doctrina que enseña. Si fuera verdad, ¡qué líos se iban a formar, después de la muerte!”

Si nos preguntaran esto a nosotros, creyentes en la resurrección, ¿qué responderíamos? Jesús lo resuelve muy fácilmente: ¡En la resurrección no existirá el matrimonio!

Recuerdo que en una Jornada Mundial de la Juventud, Juan Pablo II decía a los jóvenes reunidos, que hay cuestiones en las que Jesucristo es “el único interlocutor competente”, porque Jesucristo es el único que conoce y entiende de esos temas. Nosotros los conocemos, porque Él nos lo ha enseñado. En la conversación con Nicodemo, le dice: “Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo?” (Jn 3, 11-13).

¡Está claro que la resurrección de los muertos es una de aquellas cuestiones de las que habla el Papa!

Pero hay más. Sigue diciendo el Señor: “Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos están vivos”.

¡Qué importante y decisivo es, mis queridos amigos, tener una fe cierta, convencida, en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro! Esa fe es la que sostuvo en el martirio a aquellos muchachos, los macabeos, que nos presenta la primera lectura de este domingo. Y esa fe es la que ha sostenido, a lo largo de los siglos, a muchos hombres y mujeres en medio de las mayores dificultades, sin excluir la misma muerte.

Y al terminar el Año Litúrgico, hoy es ya el domingo 32º, se nos presentan estos temas, porque cada año, por estas fechas, recordamos y celebramos el término de la Historia humana, con la Segunda Venida del Señor, que dará paso a la resurrección de los muertos y a la vida del mundo futuro.

¡Qué dicha la nuestra que, desde pequeños, sabemos estas cosas!

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

Vía Lucís en Arafo

Hoy, 19 de abril, con la misma alegría que se siente en la mañana de Resurrección, un grupo del movimiento Vida Ascendente de El Asiprestajo...