ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 2º de Cuaresma A


Después de que el hombre y la mujer fueron arrojados del Paraíso, la vida del hombre es una lucha, a veces desesperada, por alcanzar la felicidad perdida.

Lo fundamental es descubrir el camino por donde se puede encontrar… ¡Y son tantos los que no lo encuentran! Por supuesto, que, enseguida, se descarta el camino que nos ha señalado el Señor, “el camino del Evangelio”. Y, en realidad y, a primera vista, parece que es todo lo contrario a un camino de dicha y alegría.

De ahí la importancia del mensaje de este domingo. El prefacio de la Misa lo resume y lo expresa de un modo precioso: (Jesucristo) “después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la Ley y los Profetas, que la Pasión es el camino de la Resurrección”.

Los discípulos, imbuidos de la mentalidad de un Mesías-Rey, no podían entender que Jesucristo tuviera que padecer: Ser detenido, despreciado, condenado, y morir en una cruz. Y era lógico. Si esperaban del Mesías la liberación y el Reino, ¿cómo iban a comprender y a aceptar que todo terminara en un fracaso, en una cruz, en nada? Porque lo de resucitar, ellos no lo entendían.

Por eso Jesús les lleva a lo alto de una montaña y se transfigura, es decir, les concede vislumbrar la grandeza divina, que ocultaba su Humanidad, y les hace esta gran revelación: “Que la pasión es el camino de la resurrección”, es decir, que aquellos sufrimientos y la misma muerte, que les había anunciado, no iban a ser el fin de todo. Sólo serían camino, paso, pascua.

Y allí aparecieron Moisés y Elías como testigos de que todo eso estaba anunciado en la Ley (Moisés), y en los Profetas (Elías), es decir, en todo el Antiguo Testamento. Por eso Jesús la tarde de la Resurrección, les reprocha a los discípulos de Emaús: "¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria? Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas las Escrituras” (Lc 24,26-28).

Cristo, por tanto, siguiendo el camino del sufrimiento y de la cruz, alcanza su perfecta glorificación como hombre y la salvación del mundo entero. Jamás nadie ha extraído del mal un bien más grande. Y esto es un reto para nosotros, llamados a convertir el sufrimiento en bien (Rom 8, 28).

Y a seguir este camino nos invita Él, cuando dice: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mc 8, 34).

Y el Padre, desde la nube, nos urge a aceptarle, acogerle y seguirle: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”.

Y este ha sido siempre el camino de todo verdadero creyente, como contemplamos este domingo, en Abrahán y en Pablo.

¡He ahí el camino! ¡Lo hemos encontrado! ¡Nos lo ha revelado el Señor en la Montaña de la Transfiguración! ¡Por aquí se llega a la alegría desbordante de la Pascua, que es temporal y eterna, a la dicha sin fin…! ¡Este es el camino de la verdadera felicidad!

¿Y por qué todos los años, en el segundo domingo de Cuaresma, se nos presenta el Misterio de la Transfiguración?

Porque el camino de la verdadera Cuaresma es difícil; y puede venir el desánimo y podemos entrar en crisis como los discípulos. Y entonces necesitamos, como ellos, la experiencia del Tabor, que prefigura la vida del Cielo, donde estaremos, por toda la eternidad, repitiendo lo que Pedro balbucía en lo alto de la Montaña: “Señor, ¡qué hermoso es estar aquí!”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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