ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 31º del T. Ordinario A


El ambiente enrarecido y crispado, que hemos venido observando los últimos domingos, culmina, en el evangelio de hoy, que nos presenta un fragmento de lo se podía llamar “el Discurso contra los fariseos y escribas”.

Cuando el Hijo de Dios se hace hombre, se encuentra con que en la “Cátedra de Moisés se hallan sentados los fariseos y los escribas.”

Lo más grande que tenía el pueblo escogido, la Palabra de Dios, la Ley y los Profetas, se encuentra en manos de los escribas y fariseos que llevan –muchos de ellos- una vida desordenada con relación a Dios y al prójimo.

Jesús, que sabe que le queda poco tiempo, porque muy pronto va a ser llevado a la muerte, no puede consentir aquella situación. Y trata de desenmascararlos ante la gente y sus discípulos. Y al mismo tiempo, presenta la forma de ser y actuar del verdadero discípulo, que ocupa el capítulo 23 de S. Mateo. Sus palabras son duras y fuertes. Pero no queda más remedio. Es necesario que les quede claro a todos, que ese no es el tipo de vida que Jesucristo quiere para sus discípulos. En efecto, después de que Él los deje, ¿qué harán? ¿Imitarán a los fariseos y escribas o seguirán el verdadero camino que Jesús le ha trazado? ¡Era para pensarlo!

Jesús comienza diciéndoles a la gente y a sus discípulos: “Haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen porque ellos no hacen lo que dicen”.

¡Qué distinción más perfecta! ¡Y qué tremenda acusación! Es la falta de coherencia y sinceridad de vida. Ellos “no hacen lo que dicen”.

¿Tendremos nosotros el peligro o habremos caído en él, de decir y enseñar una cosa y luego, hacer lo contrario?

Tenemos que examinarnos todos: los jóvenes y los mayores, los sacerdotes, los profesores, los padres, todos.

Al llegar aquí, recordamos aquellas célebres palabras del Papa Pablo VI en Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”: “La Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio”. (E. N. 21). “Tácitamente o a grandes gritos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta: ¿creéis verdaderamente lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís?” Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial, con vistas a la eficacia de la evangelización”. (E. N. 76)

Los fariseos y los escribas no estaban, por tanto, capacitados para enseñar al pueblo en nombre de Dios.

Luego, Jesús les acusa de que exigen mucho a la gente en nombre de Dios, pero ellos no están dispuestos a ayudarles en nada. Y les echa en cara, además, que “todo lo que hacen es para que los vea la gente”. ¡Es la hipocresía! ¡Así eran “los guías” de Israel!

A primera vista, puede parecer que esto no va con nosotros. Que es cosa pasada. Pero, por poco que reflexionemos, nos damos cuenta hasta qué punto podemos estar contagiados, en mucho o en poco, de estas actitudes.

Luego Jesucristo presenta el ideal del verdadero discípulo. Les repite tres veces la misma idea: “No os dejéis llamar maestros ni padres ni jefes”. Pero no se trata de una cuestión de palabras, sino, más bien, de una actitud. No se refería el Señor a la forma que usamos nosotros, en el lenguaje común. Ser maestro, padre o jefe, no se entiende, entre nosotros, en términos absolutos, como hacían ellos, sino como partícipes de la sabiduría, paternidad o señorío de Dios. Pero los judíos tenían un gran interés en llegar a ser “rabí”, en ser considerados y recordados como padres o jefes de Israel. Los discípulos, por el contrario, tendrán que distinguirse en que son “servidores de los hermanos”. Al igual que Cristo “que no vino a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate por muchos.” (Mt 20, 28).

Por lo tanto, Jesucristo es el ejemplo de todo y de todos. Él es siempre “el Maestro”; el que enseña con palabras y obras; el Camino, la Verdad y la Vida.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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